Columna publicada en CIPER
Por Carlos Meléndez
“Crisis de representación” es la pandemia que se inició en Perú (nuestro Wuhan) y se ha expandido por América Latina corroyendo los partidos políticos, abriendo una fractura de desafección con la ciudadanía y sus sentires. A través de la disección de la crisis política peruana, el autor repasa los efectos del colapso del sistema de partidos en la región. Y también revisa los posibles “remedios” que no son tales. En esta última columna de la serie, Meléndez concluye que, en esa óptica, la “alternativa más cruel —y acaso la más real—, es aprender a vivir con el virus de la crisis de representación y acostumbrarnos a la política de la ‘distancia social’ y la ‘inmunidad de rebaño’”.
Hace aproximadamente 30 años una “pandemia política” empezó sigilosamente a expandirse por América Latina. No tiene un nombre preciso, pero solemos llamarle “crisis de representación”. Los “síntomas” son conocidos: partidos políticos que repentinamente pierden simpatizantes y electores, políticos que abandonan las tiendas partidarias para convertirse en “independientes”, movimientos políticos “prometedores” que apenas sobreviven una campaña electoral, individuos movilizados o indiferentes, pero de espaldas a los partidos.
Este malestar de la ciudadanía frente a los sistemas partidarios comenzó en Perú a inicios de los años noventa y produjo la caída de su entonces embrionario sistema de partidos. Los países andinos parecieron contagiarse rápidamente de este “virus”: la caída del bipartidismo venezolano a fines de los noventa; el entierro a inicios de siglo de las clases partidarias tradicionales en Ecuador y Bolivia; los cuidados intensivos que atravesó el bipartidismo colombiano. Perú fue el Wuhan de aquel virus, aunque otras “cepas” aparecieron en diversas partes del orbe, como en Italia y Guatemala, por señalar solo dos ejemplos.
Una salida probable: “fortalecer la representación política con independencia de los partidos, rediseñando distritos electorales que dialoguen más de cerca con la dinámica social, económica y cultural que ha transformado la sociedad peruana”.
Según Peter Mair, los partidos políticos, desconectados socialmente, han perdido su significado, al punto de que se muestran incapaces de sostener la democracia como la conocemos (ver Ruling The Void: The Hollwing of Western Democracy. Cambridge: Cambridge University Press, 2013).
Todo parece indicar que no hay marcha atrás, por lo menos en aquellos países donde el mal cundió. Juan Pablo Luna comparte cifras que grafican la gravedad de la situación predominante en la región: en 40 años se han formado más de 300 partidos políticos en América Latina, de los cuales solo 5 o 6 parecen haber desarrollado cierta “inmunidad”, es decir, las razones de la sobrevivencia por lo menos hasta ahora.
No exagero cuando digo que cientos de científicos políticos —científicos, al fin y al cabo— hemos dedicado libros y papers a encontrar la “vacuna” para dicha pandemia política. Algunos más atrevidos, más cerca del “chamanismo” politológico que de la ciencia social, han ensayado “remedios caseros” en formato de reformas políticas sofisticadas. Aunque en la práctica, pretenden “curar” el virus con cloro. Es momento de aceptar la cruda realidad: hoy por hoy, no hay remedio para los partidos políticos caídos en esta desgracia.
Muchos esfuerzos de reforma —desde la cooperación internacional y hasta bien intencionados legisladores— han obrado por fortalecer partidos políticos, confundiendo el fin con el medio. Esas estructuras corporativas y jerarquizadas, con vínculos estrechos con la sociedad civil, son periódico de ayer; al menos, en las arenas del post colapso partidario. El enfoque debería ser distinto: cómo fortalecer la representación política, a pesar de la debilidad partidaria sin pretender resolver esta última. De otro modo nos metemos en líos inútiles de gasfitería electoral, como diseñar primarias o internas como mecanismos de selección de candidatos, o establecer requisitos de financiamiento de campañas para partidos que, en la próxima elección, seguramente no estarán para exigirles cuentas.
Lo real es que existe una gran escasez de recursos políticos organizativos e ideacionales para una política post colapso del sistema partidario, como es el caso peruano, arquetipo extremo de debilidad institucional[1]. Así, brillan por su ausencia las articulaciones sociales y políticas que permitan construir organizaciones (y resolver problemas de acción colectiva), y las ideas-fuerza o mínimos esbozos programáticos que permitan a las élites políticas distinguirse entre sí ante al electorado (y resolver problemas de selección social).
«Juan Pablo Luna comparte cifras que grafican la gravedad de la situación predominante en la región: en 40 años se han formado más de 300 partidos políticos en América Latina, de los cuales solo 5 o 6 parecen haber desarrollado cierta ‘inmunidad’»