Por Carlos Meléndez
Publicada en La Tercera
El gobierno de Sebastián Piñera lidia con la virulenta emergencia sanitaria y con una fuerte oposición social. A diferencia de lo que sucede en otros países, su administración acumula muy pocos seguidores leales y, en cambio, un amplio número de detractores activados en contra. En tiempos de crisis, estos “antis” también cuentan, porque no se aplacan ni condescienden. Todo lo contrario: las faltas y errores serán responsabilidad absoluta del gobernante, y ninguno de sus aciertos serán celebrados. Esta interpretación no es una justificación, sino un dato de la realidad que en las evaluaciones políticas en La Moneda subestimaron. No es solo “falta de confianza recíproca (entre Estado y ciudadanía)”, como señaló el ministro Jaime Mañalich en entrevista a este diario, sino, asimismo, de encono anti-establishment contra la actual gestión.
Las políticas públicas de control social para hacer frente a la emergencia sanitaria requieren colaboración y cooperación interpersonal, más allá de preferencias o antipatías políticas. Sin embargo, la sociedad chilena atraviesa un largo declive en los niveles de confianza interpersonal. Según datos de la Encuesta Mundial de Valores, entre 1990 y 2004, el porcentaje de chilenos que indicaba que “se puede confiar en la mayoría de personas” creció de 18,8% a 22,4%. Pero entre el 2005 y el 2014 (última data disponible), las proporciones cayeron a un 12%. Es decir, el país atraviesa no solo una reducción de las identidades partidarias, sino también un proceso de desconfianza ciudadana mutua, que va ganando terreno.
Si bien dicha caída en la confianza interpersonal forma parte de una tendencia latinoamericana (en el periodo 2005-2014, la confidencia social en Colombia decreció de 14 a 4%, en Uruguay de 24 a 14% y en México de 15 a 12%), en Chile se aúna el tamiz de la politización de la desigualdad, bandera de las movilizaciones previas a la pandemia. Es decir, estamos frente a un malestar económico politizado y con una baja capacidad de construir vínculos sociales de apoyo comunitario.
La administración Piñera -de derecha, al fin y al cabo- parece dejar la desconfianza institucional e interpersonal a la espontaneidad, como si todas las interacciones sociales fuesen “de mercado”. ¿Cómo puede su gobierno bregar contra animadversiones políticas movilizadas y la falta de cooperación interpersonal, en un contexto de emergencia sanitaria, más allá de invocaciones patrioteras en discursos políticos? Sin llegar a sugerir maniobras de cooptación social, sí es menester de un gobierno promover políticas que permitan construir capital social, no solo para enfrentar la emergencia sanitaria vigente, sino para delinear caminos de desarrollo. Esa otra “mano invisible”, la de la confianza interpersonal, puede resultar decisiva en estrategias de contención “desde abajo” frente a los largos meses de crisis que nos quedan por delante. La caridad “desde arriba” -público o privada- puede aliviar, pero no empodera.