Por Christian Matus, Macarena Ibarra, Felipe Link y Ricardo Truffello
Publicado en El Mostrador
Señor Director:
Vivimos una pandemia que nos obliga a mantener distancia física y aislamiento respecto de nuestros vecinos, con el fin de aminorar los riesgos de contagio. Esta circunstancia plantea una suerte de negación de la ciudad, la que brinda la posibilidad del encuentro cotidiano entre extraños y conocidos en su medio más próximo, el barrio. Además, esta contingencia ocurre en un momento en el que el barrio había ido, gradualmente, perdiendo importancia como lugar donde se constituyen las relaciones sociales y el sentido de pertenencia de una comunidad. Paradójicamente, en el marco del nuevo escenario de aislamiento, lejos de desaparecer por completo el vínculo entre vecinos, emergen propuestas innovadoras de autocuidado y de interacción colectiva que ponen, en el centro, la preocupación por el otro, renovando un sentido de comunidad y de barrio que estaba aletargado y que, en algunos casos, no existía, especialmente, en contextos urbanos segregados y fragmentados.
Difundidos por las redes sociales, encontramos diariamente ejemplos de solidaridad entre vecinos que en el tiempo cotidiano, previo al COVID-19, no se conocían y que hoy, mediante un aviso en el ascensor o por medio del whatsapp y otras redes, se ofrece ayuda para hacer compras a los más ancianos o para los adultos que se encuentran postrados. En otros casos, vecinos tanto de barrios tradicionales y consolidados como habitantes de nuevos departamentos en altura, se organizan para acompañar y animar a quienes se encuentran solos y así contener a la población confinada en sus casas mostrando que es posible generar interacción e interdependencia, a pesar de ver limitado y suspendido su uso de los espacios colectivos. En los nuevos edificios en altura, proliferan propuestas de organización vía aplicaciones y redes sociales, para turnarse cumpliendo labores de conserjería y otras acciones como aseo y jardinería de los edificios. En otros barrios y/o conjuntos habitacionales concebidos como villas, se generan acciones creativas de contención colectiva en las que vecinos participan desde sus ventanas o balcones, compartiendo una manifestación diaria que va desde los aplausos-homenaje a una canción o una melodía.
Esta renovación del sentido de comunidad no opera, sin embargo, en todos los espacios por igual. Aquí es donde cabe recordar la influencia que las propuestas de conjuntos residenciales pueden tener para propiciar la vida comunitaria del barrio. En los casos en que además de calidad constructiva, los espacios residenciales cuentan con principios que velan por conciliar la vida del individuo con la organización colectiva a través del fomento de espacios comunes, se propicia un tipo de sociabilidad que hoy, en tiempos de aislamiento, parece cobrar relevancia. Esos barrios que, históricamente, han sido un lugar habitable a escala humana, un lugar de encuentro con espacios de reunión o de esparcimiento, hoy vuelven a facilitar el ejercicio de la solidaridad e identidad, los que permanecen como un valor ante la pérdida y transformación de la sociabilidad, en medio de la interrupción forzada de sus vínculos cotidianos.
Como sea, las múltiples experiencias de revitalización de vínculos vecinales que se han activado en estas dos semanas de aislamiento, vivenciadas en diversos barrios de la ciudad, nos plantean que, a pesar de la distancia física, es posible fortalecer vínculos colectivos con quienes compartimos el entorno del barrio y la ciudad.
Así, en el marco del distanciamiento físico las nuevas plataformas de comunicación y las redes sociales adquieren gran relevancia en las estrategias de los vecinos para reunirse, encontrarse y sobrellevar la cuarentena en el marco de un renovado sentido de comunidad y de barrio. Esto ha facilitado la comunicación con otros ayudando a mantener actitudes y comportamientos colectivos que confirman que la raíz de nuestra vida colectiva se encuentra en la construcción que hacen los ciudadanos en el espacio público, aunque este sea improvisado, a través de los balcones o de las plataformas virtuales. El desafío es que una vez que pase este tiempo de pausa y de espera, estos vínculos se mantengan, se fortalezcan y se proyecten en lazos comunitarios y prácticas políticas permanentes, cuando nos re-encontremos físicamente, primero en el barrio y luego, en la ciudad.
Núcleo de Investigación Barrio y Ciudad
Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales