Publicado en La Segunda
Claudia Heiss, directora de Ciencia Política en la Universidad de Chile, explica en su primer libro por qué debemos superar la Carta Magna de 1980 y cómo la mejor manera de salir de esta crisis es redactando otra con una convención elegida democráticamente. “Mientras se mantenga el respeto a los dos tercios, no tendremos una Constitución ni de extrema izquierda ni de extrema derecha”, dice.
El primer libro de Claudia Heiss —doctora en Ciencia Política y directora de esa carrera en la Universidad de Chile— se lanzará el próximo lunes y ya está agotado en varias librerías. Ni siquiera ella tiene un ejemplar. Su título es una pregunta —¿Por qué necesitamos una nueva Constitución? (Aguilar)— y ella, sentada en su calurosa oficina, tomando una Pepsi tibia, resume una respuesta: “Hacer una Constitución es decidir en conjunto los puntos que queremos dejar rígidos hacia el futuro, extraerlos del proceso político ordinario y no estarlos discutiendo cada vez que alguien gana una elección. Eso requiere consensos amplios, porque será una norma general que habla de cómo va a funcionar la estructura del gobierno y qué derechos vamos a garantizar, pero también de quiénes somos. La Constitución tiene un elemento de identidad política, de decir en qué creemos mayoritariamente los chilenos”.
Por el libro te han llegado muchos mensajes agresivos de parte de algunos que apoyan el Rechazo. ¿Cómo lo has vivido?
Nunca había tenido figuración pública. Soy profesora universitaria, ese ha sido mi mundo. Pero de repente salgo en la tele diciendo por qué estoy por el Apruebo y me empiezan a llegar insultos súper fuertes en redes sociales. Los ataques personales me han sorprendido y me afectan, da pena. Hay quienes critican el título del libro, pero a ellos les respondo: bueno, usted escriba su libro y que se llame por qué no necesitamos una nueva Constitución, y yo lo leeré con todo interés. Quiero saber y conocer los argumentos del Rechazo. Hay algunos muy respetables. Por ejemplo, Patricio Navia escribió un artículo del que discrepo, pero que tiene argumentos atendibles.
¿Como cuáles?
Uno es que esto producirá dos años de mucha inestabilidad económica y eso empeorará la situación de los más pobres, aumentará la desigualdad. Tengo una discrepancia de fondo con él, pero respeto su argumento, jamás se me ocurriría insultarlo. Tampoco creo que me insultaría a mí, aunque no estoy tan segura (risas). Creo que un peligro del plebiscito es que se polarice mucho la discusión y que se trate de extremar las posiciones para generar miedo.
¿Por qué crees que se ha instalado la idea de que un extremo político predominará por sobre el otro y no se ha promovido tanto el discurso de que es la oportunidad de tener una Constitución inclusiva y pluralista?
En parte, eso está motivado por la experiencia del constitucionalismo latinoamericano de las últimas décadas. Sobre todo por la venezolana. Ahí la convención fue cooptada y la oposición se restó de participar del proceso constituyente. Fue de un solo lado con los resultados que hemos visto, con una Constitución que no garantizó imparcialidad para todos los sectores políticos. En Bolivia hubo una experiencia más exitosa, más inclusiva y pluralista. El problema después fue que el Presidente nunca más se quiso ir, y pasó lo que ha ocurrido otras veces en América Latina, que los presidentes cambian la Constitución para perpetuarse en el poder. Lo malo no anula lo bueno, pero hay que saber irse. Pero yo no veo que en Chile estén dadas las condiciones para eso. Tampoco hay una figura fuerte que esté controlando el proceso y, honestamente, veo este plebiscito como uno que distribuye el poder más que concentrarlo. Mientras se mantenga el respeto a la norma de los dos tercios y a las reglas del juego, no tendremos una Constitución ni de extrema izquierda ni extrema derecha.
¿Por qué, entonces, algunos argumentos del Rechazo se basan en el miedo a lo que pudiera pasar?
Me cuesta entenderlo. Escucho esos argumentos y siento que están hablando de otro país. Es una desconfianza gigantesca hacia la ciudadanía. La gente que tiene tanto miedo no ha escuchado a las personas en la calle, no vio los resultados de los encuentros autoconvocados en el gobierno de Bachelet. La sistematización del proceso constituyente muestra a una ciudadanía tremendamente razonable, moderada. Nadie ha propuesto abolir el derecho de propiedad, que es algo que se plantea siempre. No veo por qué un proceso constituyente, institucionalizado a través de una reforma, con elecciones, podría producir un efecto como ese.
¿Cómo convencerías del Apruebo a alguien que le gustaría un cambio, pero que tiene miedo o está indeciso?
Creo que mantener esta Constitución solo agudizará la confrontación y las tensiones, y no dará una salida institucional. Eso de ninguna forma va a llevar a la paz social. Entonces, si alguien tiene miedo de la violencia, le diría que la forma civilizada de resolver los conflictos es la política y esta se hace dialogando y votando, no cerrándole las puertas a la discusión ni manteniendo obstinadamente una cuota de poder, que es la que hoy tiene la derecha, que no se la ganó en las urnas, sino que por las armas. No creo que se vaya a acabar el país, pero quienes están por el Rechazo creen que esto va a llevar a que nos convirtamos en un sóviet. Pero la gente no quiere que le quiten la propiedad privada, ni cosas muy exóticas, solo quiere un Estado más presente; no estar solo en la vejez o la enfermedad, una red de protección social, y eso es compatible con la derecha.
¿Cómo podría una nueva Constitución mejorar la manera en que nos sentimos parte del país y su sistema?
Como digo en el libro, los países que tienen constituciones legítimas tienen una herramienta muy buena para sortear dificultades, porque la gente tiene confianza en sus instituciones. Hoy eso no pasa en la sociedad chilena. La Constitución no va a resolver totalmente la desconfianza en la política, en los partidos y las instituciones, pero es un primer paso. Siento que es una deuda que tiene el sistema político con la ciudadanía y la democracia. Han pasado 30 años y hoy vivimos las consecuencias de lo que significó mantener las cosas tranquilas durante la transición. La principal fue profundizar el modelo socioeconómico del Estado subsidiario. Hoy la sociedad ha naturalizado que la gente se las tiene que arreglar sola, que hay poca protección social y que si a uno le va mal, es su exclusiva responsabilidad. Ese es el mensaje del neoliberalismo y me parece de una injusticia fundamental. Detrás del estallido hay muchas visiones distintas, la gente sabe que no quiere lo que tiene, pero no es tan claro por lo que quiere reemplazarlo. Por eso necesitamos un proceso político y no podemos prescindir de la representación política. Ella, cuando es verdaderamente representativa, es decir, cuando cuenta con la participación de la gente, es la única manera de corregir las asimetrías de poder.
En un artículo citas una frase de Hanna Arendt: que la liberación no es lo que nos hace libres sino que es solo una condición de ella, porque la libertad hay que construirla. ¿Es esta la oportunidad que tenemos de ser libres?
Ella dice que uno puede liberarse de la opresión con cualquier forma de gobierno, puedes tener una monarquía nacional y liberarte de un rey extranjero, pero eso no hace que tu comunidad política sea libre. Para Arendt, la verdadera libertad tiene que ser republicana, y creo que aquí nos pasa lo mismo: liberarnos de la Constitución del 80 es un primer paso para empezar a construir nuestra libertad, un régimen político verdaderamente democrático.