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[PRENSA] Violencia en Chile: la mirada de 10 expertos

Publicado por La Tercera

Llevamos casi un mes y medio desde que estalló la crisis social y política. Semanas en que también la violencia, en sus distintas formas, no se ha detenido y se ha ido convirtiendo, lamentablemente, en tema obligado entre los ciudadanos que la miran estupefactos. ¿Hay una o muchas violencias?, ¿por qué parece condenarse más a unas sobre otras?, ¿a partir de ahora entenderemos la violencia de otra manera?, ¿hay riesgos de que se normalice?, ¿cuál es el antídoto más eficiente para combatirla? … Es un tema difícil, que genera rápido escozor, pero que es necesario conversar, como reconocen los especialistas; aunque algunas personas puedan criticar dar espacios a esas discusiones. Por eso, y asumiendo ese riesgo, abrimos en estas páginas una reflexión amplia sobre la violencia, desde distintas aristas, sensibilidades y posturas. Diez expertos chilenos -sicólogos, antropólogos, sociólogos, historiadores- dan sus puntos de vista.

“Históricamente hemos naturalizado una serie de formas de violencia: la violencia contra la mujer (desde el machismo hasta los femicidios), la violencia hacia pueblos indígenas, la violencia que se vive en las poblaciones, la violencia de adultos mayores que viven con una pensión indecente, entre muchas otras. La violencia policial, por ejemplo, no ha parado desde el retorno a la democracia. Y si bien distintos movimientos han buscado que estas violencias se reduzcan, la mayor parte de la población las ha normalizado. Es difícil estar conscientes de la violencia que existe en Chile y en el mundo. Muchas veces es sicológicamente más fácil naturalizarla y dejar de prestarle tanta atención. Lo que ha cambiado estos días es que la violencia se ha masificado a sectores más amplios de la población y ha llegado a lugares donde antes no se veía. Si la violencia que hemos vivido estas semanas continúa, es probable que nos acostumbremos a ella y en algún momento deje de llamarnos tanto la atención”.

* “La situación de tensión e incertidumbre nos tiene con las emociones a flor de piel. Existe mucho miedo por temas de seguridad y mucha rabia por las injusticias evidenciadas. Cuando las emociones mandan, es frecuente que pensemos en términos dogmáticos de blanco o negro, sin matices. El que piensa distinto se convierte en “el enemigo”. Desde el miedo, se rechaza fuertemente a quien justifique en lo más mínimo la violencia en las protestas. Desde la rabia, se rechaza fuertemente a quien justifique en lo más mínimo la represión estatal. Aparecen formas poco tolerantes y violentas en las conversaciones cotidianas. El lenguaje muchas veces se torna agresivo y violento”.

* “La definición de lo que es violento varía en el tiempo y espacio, y así también varía nuestra tolerancia a ello. Si antes era normalizado piropear a las mujeres en la calle, hoy es considerado un acto violento por una parte importante de la población. Lo mismo ocurre en este momento en Chile. Se podría decir que existe una disputa constante por definir qué es lo violento. Para muchos, la violencia está en los saqueos, las barricadas y en la imposibilidad de vivir una vida ‘normal’ estos días. Pero para otros, la violencia está en la desigualdad estructural y la pobreza, la corrupción, las evasiones de impuestos… También se empieza a prestar más atención a formas violentas de actuar de Carabineros que históricamente han sido parte de las prácticas y cultura de Carabineros (como el uso de lacrimógenas o el uso de lenguaje despectivo hacia manifestantes). Por lo tanto, “lo violento” está siendo resignificado y disputado constantemente”.

 

“Yo prefiero hablar de las violencias. Aunque nos quisiéramos enfocar en la violencia concomitante a los ciclos de protesta, hay que entender que la violencia que acompaña a los ciclos de protesta se inscribe en un marco mayor de otras violencias. Basta ver todos los esfuerzos que hay en los colegios para mejorar la convivencia escolar o la violencia al interior del hogar y la violencia ahí contra la mujer o los niños. Hay que ver los distintos tipos de violencia que hay cohabitando. Me parece que la salida es la reflexión y la conversación en un marco donde reconozcamos que la sociedad genera, y en especial una neoliberal tan competitiva y desigual como la nuestra, específicos modos de violencia”.

* “No estoy de acuerdo con la inevitabilidad de la violencia respecto del proceso de transformación social. Respecto de este ciclo de protesta en particular y las posibilidades de transformación social, lo primero que hay que tener como antecedente es que todo esto es una serie de demandas que venían manifestándose desde antes con actores que las portan en los últimos años; ésa es una fortaleza que explica la continuidad del movimiento. Ahora, la posibilidad de transformación social no se va afirmar en la violencia, porque se pueden cambiar a través de ella las cosas, pero de esa forma no se va a sostener el proceso de cambio sin organización de la sociedad o sin los actores institucionales. Yo critico la tesis de inevitabilidad de la violencia, porque la experiencia internacional demuestra que hay procesos de transformación, de asambleas constituyentes, que no se han basado en la violencia. La experiencia chilena desde los 90 en adelante no se ha fundado en la violencia, sino que en prácticas mínimas, de micropolítica, asambleas y encuentros; y lo que sucede hoy es la maduración de eso. Los movimientos sociales tienen claro que la posibilidad de que estas transformaciones se realicen y luego se consoliden pasa por su propio trabajo y las alianzas con el mundo político, social y empresarial”.

* “La desactivación de la violencia pasa por responder al contenido amplio de demandas que incluye este conflicto y no por más violencia, por el copamiento militar del territorio, que es la medida que busca el gobierno. Ese es el modo en que los gobiernos desde los 90 han respondido a las protestas: con una agenda securitaria -policía y represión- y una agenda social, que es neoliberal. Esos dos modos de respuesta hoy han llegado a su límite. Y la consecuencia de continuar con este ciclo estatal de violencia son las violaciones a los derechos humanos”.

“Es un riesgo acostumbrarse a vivir con altos niveles de violencia. Ha pasado con muchas formas de violencia en la historia, porque los humanos podemos normalizar las conductas. Por ejemplo, si le preguntas a nuestros abuelos qué hacían cuando sus hijos se portaban mal, es muy común que respondan que les pegaban y que se acuerden de profesores que ocupaban castigos físicos en las salas. ¿Cuándo se normaliza la violencia? Cuando se transforma en un patrón común para una sociedad. Pero así como se puede normalizar la violencia, se puede normalizar la paz y entender que se pueden discernir las discrepancias sin la violencia como medio de resolución”.

* “Una cosa es que cambios sociales puedan vincularse al uso de la violencia, como hechos históricos tenemos varios casos, pero es muy distinto plantear que eso es lo que queremos los chilenos. Todos podemos decir que lo que dio origen al golpe de Estado de 1973 fue violencia pura, nadie lo discute. Ahora, ¿era la forma que nos hubiera gustado para lidiar con un cambio político? Por supuesto que no. Lo mismo nos pasa ahora: por mucho que la violencia sea un gatillante de cambio social, no por eso debemos aceptarla como la forma de abordarlo. Tenemos alternativas y eso se llama diálogo social”.

* “Debe haber un gran acuerdo nacional, lo que no sólo involucra al mundo político, sino también a las instituciones y la población: si la sociedad chilena en su conjunto no se convence de que esto debe parar, tenemos un serio riesgo de que la espiral siga creciendo. Esto es como una bola de nieve: si crece, va a obligar a quienes tienen la responsabilidad política a tomar las medidas que nadie quiere, como un estado de emergencia o algo más estricto, como tiene contemplada la Constitución, y nos veamos enfrentados a contar con las Fuerzas Armadas para regular el orden. Y sabemos lo que eso implica. Por eso, el control social debe estar depositado en cada uno, en su entorno, su familia, su lugar de trabajo, debemos hablar de esto y problematizarlo para que no terminemos pensando que la forma de resolverlo es legitimando la violencia. La forma es otra y nos exige otras posturas. ¿Me explico?”.

“Es imposible negar que exista un solo tipo de violencia. Ella existe permanente en sociedades con extremas desigualdades. Hay violencias por género, condición étnica, sexual, física, pensamiento, religión, cultura, etc. Lo observamos cotidianamente y si no físicamente, lo hacemos a través de los discursos, las palabras, las indiferencias, las inequidades y los prejuicios. Somos una sociedad violenta y nos acostumbramos a ello.

Los propios avances de la modernidad se acompañan de nuevas marginalidades con nuevas violencias y nuevas definiciones de la misma. En las últimas décadas, expresiones del cine o de la TV, de mucha violencia, tienen alta aceptación por parte de los jóvenes. Es otra violencia, de imágenes con nuevas expresiones sociales, escenarios, fuerzas, potencialidades. Si agregamos la droga y todo tipo de adicciones o alienaciones, desde pequeños se crece en una sociedad culturalmente violenta.

Un recorrido por la historia, la del Estado, de proyectos políticos o militares, o de ambos, siempre en la búsqueda del poder, muestra una experiencia de pasado y presente que no es historia de humanidad, salvífica o de avances hacia la anhelada sociedad ideal: cooperativa, solidaria, de igualdades. Para muchos, la transformación histórica implica la revolución o la violencia institucionalizada. La gran revolución, la Revolución francesa, no sólo significó la guillotina para ordenar a los individuos en una sola conducta, sino, en muy poco tiempo, la formación de un nuevo imperio. La calle no gana el poder. Cree hacerlo, pero siempre habrá grupos o individuos que sí saben actuar en momentos propicios para dirigir a quienes han luchado, quitarles su autonomía y volver a imponer nuevas formas de coerción y sojuzgamiento.

No obstante, la Revolución francesa significó una gran promesa: la del Estado liberal. Separación de los poderes de Estado, educación, preocupación por sus ciudadanos y mayor igualdad entre ellos; en suma, protección. Promesas incumplidas. Ese Estado liberal cambió las revueltas internas y de clase, por el conflicto con las otras naciones. Mediatizó la violencia a través de la guerra externa y restringió los hechos violentos de la convivencia interna a través de la solidez de sus instituciones. ¿Hubo igualmente revueltas sociales con quiebre de las relaciones de sociabilidad interna? Si, y en Chile también. Aquí, la diferencia con lo que ha sucedido en los últimos 40 días, es que ahora tenemos un Estado débil, desprestigiado y sin capacidad para nuevas promesas. Cuando digo Estado no estoy diciendo gobierno. Es necesario comprenderlo de una vez. No es sólo el desprestigio del Ejecutivo, es también del Legislativo, del Judicial, de las jerarquías de las Fuerzas Armadas y de Orden, de las universidades. Quienes saquean, incendian, se toman las calles, son minoría y no tienen miedo porque no se sienten parte del “orden” existente y porque ven cómo las dirigencias del país siguen en sus propias realidades, culpándose unas a otras y defendiendo sus propias convicciones en vista de las oportunidades para utilizarlas en su favor. No hay un proyecto nacional y es poco lo que se puede hacer. Quienes marchan, salvo pocas excepciones, exigen la solución de sus propios problemas y no la solución del problema del país. Detrás de todo sigue la violencia estructural y la coyuntural.

Se necesita más educación, pero eso significa recuperar 40 o más años de retraso por la pérdida del valor de la educación pública. ¿Diálogo? Sí, pero sobre todo conciencia de todos los sectores políticos, porque todos ellos contribuyeron a este presente”.

“Las formas de violencia que está viviendo el país no tienen precedente ni justificación. Sin embargo, la protesta y la rabia sí tienen su origen en que durante los años de la transición los gobiernos no han tenido la capacidad de adaptar el modelo económico de manera de permitir que el Estado asumiera funciones que debieran estar al acceso de todos los ciudadanos: la educación, la salud, la previsión. Se permitió que a su amparo floreciera una cultura que encegueció a las clases dirigentes respecto de lo que sucedía en los sectores más vulnerables. Paralelamente fueron surgiendo los abusos y la corrupción. No era posible que el país permaneciera indiferente ante las colusiones, los desfalcos en Carabineros, los abusos en algunos salarios y prebendas del sector público, los precios exagerados de los remedios, la pobreza de los adultos mayores. Hubo señales que no se vieron. El aumento de la delincuencia, por ejemplo, no tenía su origen tan sólo en la maldad de unos contra la bondad de otros. La delincuencia habló a gritos de segregación urbana, de marginalidad, de violencia, de injusticia y de pobreza”.

* “El concepto de violencia admite muchas interpretaciones y significaciones. Todas, no obstante, tienen en común el uso de la fuerza y el deseo de imponer una postura por medios que no contemplan el debate racional, que es lo propio del espacio público democrático. También la violencia puede implicar diversos tipos de fuerza: física, sicológica, verbal, etc. Por lo general, la violencia tiene un propósito, que va desde el control, la sumisión, la invisibilidad, hasta el aniquilamiento del adversario. En este caso, lo verdaderamente peligroso es que la violencia que vive el país no tiene un propósito. Se colgó de un descontento justificado, pero sacado totalmente de sus cauces, pues ha desbordado los mecanismos institucionales y casi ha inmovilizado al Estado, que es el único que tiene el monopolio de la fuerza legítima. Se trata de una violencia antisistémica, contra el orden democrático y sus mecanismos. Ni siquiera las motivaciones ideológicas de sus pulsores pueden identificarse, probablemente por la presencia anarquista, pandillas, barras bravas y grupos narcos”.

* “Es aterrador pensar a dónde puede llevar esa violencia, especialmente mientras no aparezcan o se identifiquen interlocutores válidos con suficiente credibilidad e influencia como para detener el proceso. Por el momento no parece que el gobierno, el Parlamento, los intelectuales, ni los partidos políticos estén en condiciones de liderar ese proceso. Se requieren cambios estructurales. Darle espacio al Estado para recuperar ese camino requiere recuperar confianzas que están muy dañadas. Todo diálogo por cierto será fundamental, mientras participen todos aquellos que no quieran quemar el país”.

“Creo que es muy importante comprender y explicar la violencia, que no es lo mismo que justificarla. Y es necesario comprenderla, pues de lo contrario es muy difícil idear soluciones para superarla. Es necesario distinguir entre violencia estructural y protesta violenta. En el caso chileno, la violencia estructural corresponde a las consecuencias, profundamente catastróficas, del funcionamiento del modelo neoliberal. Sin considerar esta violencia estructural, la protesta violenta aparece tal cual ha querido ser mostrada por el gobierno, como una explosión irracional en manos de energúmenos, lo que claramente no es así. Se trata más bien de explosiones sociales, de personas que cansadas de sistemas abusivos se rebelan contra la violencia estructural”.

* “La violencia, a pesar del horror que genera en los seres humanos, está impregnada en lo social. Si uno observa la historia de la humanidad, los mitos, la Biblia, etc., podrá ver que la violencia está muy presente. También es importante señalar, por tanto, que todas las sociedades humanas han albergado y albergan en su interior niveles de violencia que, en general, se expresan en arreglos abusivos de una parte de la sociedad hacia otra, por ejemplo, violencia de hombres a mujeres, de propios a extranjeros, de gobernantes contra gobernados o de ricos contra pobres. Esa es, nos guste o no, parte de la historia humana. Estos sistemas abusivos de poder albergan distintos tipos de violencia, que pueden durar incluso generaciones, pero siempre hay un momento en que ya no se tolera más y las víctimas de la violencia se rebelan contra ella. Y qué bueno que así sea, pues no debemos acostumbrarnos a la violencia en cualquiera de sus formas”.

* “La historia nos muestra que las grandes transformaciones sociales y de reivindicaciones populares han estado acompañadas de estallidos violentos. Para decirlo más claramente, las revoluciones requieren de cierto tipo de violencia. No habría cambios sin ella. Habría que preguntarse si, por ejemplo, la clase política hubiese estado dispuesta a pensar en una nueva Constitución (a pesar de todas las limitaciones evidenciadas en el acuerdo parlamentario) sin el estallido violento iniciado el 18 de octubre. Probablemente no. En las revoluciones la violencia aparece siempre como necesaria e inevitable. Si bien no es el único camino, tiene una clara función social asociada a la idea de transformación”.

* “Ahora bien, al tener (la actual explosión violenta) carácter de subversión popular, aparece en escena todo lo popular, lo bueno y lo malo, y entonces aparecen también los narcos y delincuentes que se entremezclan con los actores políticos”.

Puede leer la segunda parte de este reportaje aq.

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