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[PRENSA] Trabajo no remunerado en el hogar: La economía invisible

Publicado en El Mercurio

En octubre, el Fondo Monetario Internacional presentó un estudio que analizó el uso del tiempo en 90 países y plantea que el producto interno de los países podría aumentar de 4 a 11 puntos si existiera una repartición más equitativa de las labores del hogar. En el mundo, las mujeres dedican en promedio 4 horas diarias a estas tareas. En Chile, el promedio son 5,3 horas cada día, mientras que los hombres solo destinan 2,4 horas.

Cocinar, limpiar, hacer compras, cuidar a los hijos y otras tareas cotidianas son fundamentales para el funcionamiento de la sociedad, pero como se hacen gratis, no se registran en las cifras económicas. En caso de asignarles un valor, expertos aseguran que llegarían a constituir un sector tan fuerte como la industria dentro del producto interno de un país. Como una forma de visibilizar la importancia de esta actividad, el Fondo Monetario Internacional (FMI) realizó un estudio —presentado en octubre, en el marco de su asamblea anual— sobre trabajo no remunerado y equidad de género (“Reducing and Redistributing Unpaid Work: Stronger Policies to Support Gender Equality”), donde a partir de estadísticas de uso del tiempo de hombres y mujeres de 90 países y encuestas en 18 países de economías avanzadas y emergentes (incluido Chile), constató las grandes brechas que aún existen entre géneros en la participación en el mercado laboral asalariado y el trabajo no remunerado del hogar. El informe plantea que si este último se repartiera más equitativamente, reduciendo la mayor carga que tradicionalmente le ha correspondido a la mujer, esta tendría más posibilidad de estudiar y acceder a un empleo, y haría crecer la economía.

El FMI establece que en promedio, en el mundo, las mujeres realizan 4,4 horas al día de labores no remuneradas (los hombres, 1,7 horas). Si bien desde fines de los años 60 (cuando las mujeres entran en mayor medida al campo laboral) se ha observado un aumento paulatino en la participación masculina en las labores domésticas, la brecha sigue siendo considerable. Como ejemplo, se dice que en Noruega, uno de los países más igualitarios del mundo, las mujeres realizan 20% más de estas tareas. En Estados Unidos, la diferencia sube a 60%. Las japonesas hacen 380% más de trabajo no pagado que los japoneses, mientras que en Pakistán las mujeres trabajan 1.000% más que los hombres en el hogar.

En el caso de nuestro país, como indica desde Washington el economista del FMI Cristian Alonso —integrante del equipo que elaboró el estudio—: “las mujeres destinan en promedio 5,3 horas al día a trabajo no remunerado en el hogar, mientras que los hombres solo destinan 2,4. Es decir, las mujeres hacen casi 3 horas diarias de trabajo no remunerado más que los hombres”.

Agrega que en Chile “el 70 por ciento de esas 5,3 horas (3,7 horas) son destinadas a tareas domésticas como cocinar, limpiar, hacer las compras, etc. Las restantes 1,6 horas son destinadas a cuidado de niños, ancianos, y enfermos”. En el mundo, las mujeres con mayores niveles de educación reducen en apenas media hora su carga de trabajo doméstico. Y las que tienen un empleo remunerado, tienen que cumplir un segundo turno en la casa, extendiendo su jornada laboral en 2,3 horas en promedio.

Tener hijos y pareja también incide en aumentar la carga de trabajo no pagado. Al convertirse en madre, una mujer deberá destinar un promedio de 37 minutos adicionales de labores en el hogar, cifra que se incrementará con cada nuevo hijo. Cristian Alonso explica: “Para estimar cuánto tiempo extra de trabajo no remunerado está asociado con cada hijo adicional, comparamos cuánto tiempo una mujer con dos hijos destina a trabajo no remunerado con respecto a otra mujer parecida en términos de edad, educación, empleo, pero que solo tiene un hijo. Del mismo modo, comparamos a mujeres con tres hijos con aquellas con dos, y así sucesivamente. Procedemos de una forma similar para los hombres”. Asimismo, para una mujer, tener pareja implica una hora y media más de trabajo que para una mujer soltera, mientras que para el hombre son solo 20 minutos más que para un soltero.

El informe del FMI consigna que si bien las mujeres asumen el trabajo doméstico en forma voluntaria (básicamente por un modelo cultural), esta brecha disminuye sus posibilidades de acceder a la educación y al campo laboral, donde también se produce inequidad en el tipo de empleo al que pueden acceder y en materia salarial, lo que en la práctica las desincentiva a trabajar fuera del hogar y optan por permanecer en el rol doméstico asignado ancestralmente a las mujeres. También se dice que entre las asalariadas predominan los empleos de medio tiempo. Esto no ocurre en Chile, donde según cifras del INE (2017) hay poca diferencia entre las jornadas laborales promedio de hombres (43,9 horas) y mujeres (38,1 horas).

Para graficar el efecto económico que podría generar avanzar en equidad de género, el FMI diseñó un modelo en el que se eliminaron las barreras para la participación femenina en la fuerza laboral, equiparando las condiciones de Noruega, reconocido como más igualitario. “Nuestro ejercicio consiste en ver qué pasaría si esa ineficiente brecha salarial de género desapareciera, es decir, si a las mujeres se les pagara en el mercado su verdadera productividad. En ese caso, muchas más mujeres empezarían a realizar trabajo remunerado, reemplazando tareas relativamente menos productivas en el hogar por tareas más productivas en el mercado. Esa es la ganancia de productividad para la sociedad que estimamos con nuestro modelo”, explica Cristian Alonso.

Asimismo, se calibró el modelo para 18 países —incluido Chile—, considerando sus principales características: “por ejemplo, la composición sectorial de la economía, la brecha salarial de género y las diferencias de productividad del trabajo remunerado en vez de realizar tareas domésticas no remuneradas en el hogar”. Es así como se llega a estimar un aumento en el producto interno bruto de los países, como efecto de una mayor incorporación de la mujer al trabajo remunerado, que se sitúa en 4% en un cálculo más prudente, aunque podría llegar hasta 11% en países con mayor brecha de género. “En el caso de Chile, encontramos que el PIB podría crecer por 0,7% si la brecha salarial de género fuera eliminada, llevando a que más mujeres elijan trabajar por pago”, explica el economista.

Apoyo necesario

El estudio del FMI plantea que para avanzar y que la economía se beneficie con el aporte del trabajo femenino, además de equidad en el reparto de las tareas domésticas, se requieren políticas públicas que van desde contar con infraestructura de servicios básicos (considerando que hay países donde conseguir agua es parte de las labores diarias de la mujer, porque no hay cobertura masiva de agua potable) hasta servicios de cuidado y licencias de maternidad.

Para la doctora en Economía de la Universidad de California, Berkeley y académica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, Alejandra Mizala, “la menor participación laboral femenina no solo priva a las mujeres de oportunidades de desarrollo personal, sino que desaprovecha los talentos que las mujeres pueden aportar. Por tanto una mayor inserción de mujeres en la vida laboral no solo beneficia a las mujeres, sino a toda la sociedad, que se beneficia de tener un mayor número y una mayor diversidad de personas trabajando fuera del hogar, permitiendo la complementariedad entre hombres y mujeres en el lugar de trabajo. Hay estudios que estiman que una mejor distribución de las tareas domésticas y de cuidado entre hombres y mujeres puede permitir una mayor participación laboral femenina, lo que iría aparejado con un aumento de hasta 4% del producto interno bruto”.

Hace notar que en nuestro país la diferencia entre las horas que mujeres y hombres dedican diariamente al trabajo doméstico (según el INE, 5,9 y 2,7 horas respectivamente) incide en que “solo un 49,3% de las mujeres participa en el mercado laboral. Un poco más de un tercio de las que no trabajan no lo hace debido a la dificultad de armonizar el trabajo doméstico con el trabajo fuera del hogar”. Destaca que si bien la participación femenina en el trabajo remunerado ha venido aumentando, “es menor que la de países de similar nivel de desarrollo; de hecho, en varios países latinoamericanos las mujeres tienen una mayor inserción laboral que la que tenemos en Chile”.

Coincide en esto último la economista y académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile Valentina Paredes, para quien el estudio del FMI “es interesante, pero es más bien un trabajo que abre preguntas más que responderlas. Porque como es un cálculo agregado, qué pasaría si no existieran restricciones (al trabajo femenino), pero no dice mucho cómo podemos sacar esas restricciones”. En el caso chileno, para incentivar a las mujeres considera que “no basta con que haya salas cunas o jardines, sino que tienen que ser de buena calidad para que confíen en dejar a sus hijos ahí”. En cuanto a la brecha salarial, señala que se explica en que las mujeres realizan principalmente trabajos que tienen salarios más bajos (servicios, cuidado, educación) y que se relacionan con los roles convencionales de género, por lo que un cambio cultural es necesario.

Para la directora del Centro Trabajo y Familia de ESE Business School de la Universidad de los Andes, María José Bosch, lo destacable del informe es que cuando se plantea la necesidad de aumentar la integración laboral de la mujer, reduciendo su carga de trabajo en el hogar, se apunta a aumentar la participación del hombre, y en ese sentido “tanto como a la mujer se le asocia el cuidado de los niños, hay una penalización súper grande al papá involucrado”, que es comparable a la suerte de castigo que se aplica a la maternidad en el campo laboral, a partir del supuesto de que la mujer va a necesitar más permisos. “Cuando un hombre se involucra en el cuidado de las personas dependientes de su hogar, recibe la misma penalización que la mujer”, dice la economista. Destaca además la diferenciación que hace el FMI entre el trabajo doméstico propiamente tal (labores de limpieza, cocina), donde la tecnología ha permitido reducir la carga, y la labor de cuidado de personas dependientes como niños, enfermos y adultos mayores. Pone como ejemplo lo ocurrido en Alemania, donde para resolver el problema del cuidado de adultos mayores se desarrollaron robots que tomaban la presión y les recordaban cuándo tenían que tomar remedios, “pero igual la salud se vio afectada, porque el cuidado emocional no tiene reemplazo”. La académica enfatiza en que en el ámbito hogareño hay funciones que tienen que ver con la vida familiar y el desarrollo afectivo, como el tiempo dedicado al juego, donde los padres les traspasan su concepción ética a los hijos (si se respetan las reglas o no), o a la lectura, que ayuda a desarrollar la expresión y, por ende, no todas las labores deberían externalizarse de la misma manera.

“Necesitamos cambiar el concepto, que el cuidado de las personas le hace bien a la sociedad, es una inversión en talento futuro”, dice la directora del Centro Trabajo y Familia, por lo que no se trata solo de apuntar a eliminar el trabajo no remunerado, sino que también valorarlo por su aporte a la sociedad, ya que “si uno lo lleva a números, a nadie le convendría el trabajo no remunerado y eso sería una catástrofe”.

Revolución con lavadora

Desde Nueva York, la economista argentina Mercedes D’Alessandro comenta que se han hecho otros ejercicios para cuantificar lo que representa el trabajo doméstico dentro de un país, como decir “qué pasaría si esas horas las pagáramos al precio que cuesta que alguien haga esos servicios, por ejemplo (para) lavar y cocinar, una empleada doméstica; cuidar niños lo haría una maestra escolar; cuidar un adulto mayor, una enfermera”. Es así como siguiendo ese ejercicio se ha calculado que en el caso de México, las labores del hogar costarían el 24,2% de lo que se produce en el país, mientras que en Colombia y Uruguay representarían 20,4% y 22,9% respectivamente. Es decir, que las labores del hogar equivaldrían a un sector de la economía tan importante como la industria o el comercio. “Esto es solamente una forma de ilustrar la importancia de estos trabajos y que hay un aporte muy grande que hacen las mujeres mayoritariamente”, afirma. Asimismo, señala que el FMI, la OCDE y todos los organismos que estudian estos temas concuerdan en que las mujeres realizan tres y cuatro veces más trabajo doméstico que los hombres, “lo que impide que se puedan insertar de manera igualitaria en el mercado laboral”, brecha que se acentúa cuando se tienen hijos, tanto por las complicaciones logísticas (aparte de los traslados al trabajo y hacer compras, implicaría llevar a los niños al jardín o guardería) como por la falta de apoyo a nivel de políticas públicas y de las empresas.

D’Alessandro, quien es doctora en Economía de la Universidad de Buenos Aires, señala que si bien en las nuevas generaciones las parejas tienden a ser más igualitarias, el cambio no es aún tan radical como se supone en la repartición de trabajos en el hogar y la familia. En su libro “Economía feminista” (2016), se refiere a un episodio que retrata la importancia del trabajo doméstico, cuando en Islandia en 1975 se realizó el primer paro de mujeres, quienes acordaron no hacer nada: “No lavaban platos, no cambiaban sábanas, no cuidaban a sus hijos, entonces los varones se tuvieron que hacer cargo, y tampoco fueron a trabajar”, cuenta.

Agrega que las labores del hogar son fundamentales para la economía; “si no tuviéramos estas tareas resueltas, nadie podría ir a trabajar”. Si bien hay factores como la tecnología que han ayudado a reducir la carga (“la lavadora de ropa es más revolucionaria que internet para las mujeres”, dice la economista), considera que la solución no pasa por simplemente automatizar o pagarle a alguien para que haga las cosas: “Lo que se pide desde la economía feminista es mostrar que es un trabajo, que está invisibilizado, y que para muchas mujeres es una carga tan grande que les imposibilita tener un trabajo remunerado, y por eso hay que mejorar esa distribución de tareas”.

Las economistas consultadas coinciden en señalar la necesidad del apoyo de servicios como sala cuna en los espacios de trabajo y avanzar en que, como ocurre en los países nórdicos, los hombres también tomen posnatal ya que junto con involucrarse más en la crianza de los hijos, en la práctica los hace participar más en el trabajo doméstico y reduce efectivamente las brechas de género en el hogar, y por ende favorece la empleabilidad de la mujer. Alejandra Mizala concluye: “En términos generales, el desafío es superar los estereotipos de género para que efectivamente los espacios públicos y privados sean compartidos por hombres y mujeres, porque no se trata solo de que las mujeres tengamos un acceso equitativo a los puestos de trabajo, sino que también los hombres comiencen a compartir las tareas domésticas y de cuidado. La corresponsabilidad en las tareas del hogar y la educación de los hijos es un requisito para la verdadera igualdad. De otra forma, para la mujer significa una doble jornada”.

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