Por Juan Carlos Castillo
Publicado en Ciper
La idea de que nadie vio venir el 18/O no es cierta, afirma el autor de esta columna. Argumenta que muchos cientistas sociales llevan años midiendo y explicando la desigualdad, el malestar, el costo de la vida y advirtiendo sobre sus consecuencias disruptivas, pero han carecido de acceso a los medios. Para entender cómo salir de esta crisis, sugiere a los investigadores participar más en el debate y, a los periodistas, “menos Instagram y más conceptos”.
¿Dónde debemos buscar respuestas para entender lo que se ha etiquetado como “estallido social”? Ilustro con una analogía: cuando siento un malestar físico severo, no le pregunto a gente de la calle ni a los políticos sobre lo que debería hacer, sino que probablemente voy a recurrir a alguien con conocimientos médicos con base científica. En temas sociales, sin embargo, parece que todos somos equivalentes en cuanto a conocimientos, que todo lo que se dice son “opiniones” y, por lo tanto, todo es igualmente válido: lo que dice la calle, los periodistas y los políticos.
Me gustaría comenzar enfatizando que, tal como en el caso de la opinión del médico, no todas las opiniones son igualmente fundamentadas cuando se analizan problemas sociales. Hay investigadoras e investigadores en ciencias sociales que se han dedicado años a estudiar distintos temas relacionados con nuestro malestar, como el alto costo de la vida, el bajo monto de las pensiones, la colusión de algunos empresarios, la precariedad de la educación pública, los altos costos asociados a obtener salud de calidad, la falta de justicia para los pueblos indígenas, la aparente desconexión de algunos políticos con una serie de temas que preocupan a los chilenos.
En estos y otros temas tenemos la suerte de contar con muchas y muchos investigadores excelentes en universidades y centros de estudios de nuestro país.
En este sentido, portadas como la de La Tercera (“La crisis que nadie previó“) no solo son un error y denotan gran ignorancia, sino que también desdeñan investigaciones dedicadas específicamente a entender aspectos críticos y urgentes que caracterizan a nuestra sociedad hace bastante tiempo.
Este menosprecio va en la misma línea señalada por la ministra Cubillos respecto de la evidencia científica en selección escolar: “hay que escuchar menos a los expertos”. Contrario a lo que promueve Cubillos, creo que es necesario escuchar más. Y no solo es necesario, me parece que es un deber del gobierno, toda vez que gran parte de la investigación en ciencias sociales se realiza principalmente con fondos públicos.
Para poder avanzar en esta perspectiva de escucha y consideración de evidencia científica en el ámbito social, imperioso en el escenario actual, un par de llamados.
En primer lugar, a quienes trabajan en comunicaciones, un mundo caracterizado muchas veces por la rapidez, el impacto, la repetición y por generar cuñas. Aquí el desafío es la búsqueda más precisa de interlocutores, atendiendo a sus temas de investigación específicos en lugar de áreas y disciplinas generales; y también, dar un espacio mayor a explicar los hallazgos de las investigaciones y sus posibles consecuencias.
Esto implica salir de la lógica de recetas y soluciones rápidas para problemas complejos. Menos Instagram y más conceptos.
En segundo lugar, nosotras y nosotros como cientistas sociales también tenemos un desafío y una responsabilidad creciente de hacer valer nuestro conocimiento en el espacio público, de comunicar nuestro quehacer de manera más digerible sin banalizar, ni tampoco caer en la tentación de opinar de todo y de dar recetas o relatos.
Como sabemos, la difusión de nuestros hallazgos muchas veces choca con otras demandas en parte opuestas de la política científica nacional (y también de muchas universidades), que es publicar en revistas internacionales muy especializadas, en otro idioma y con difusión limitada por barreras de pago. Al respecto, tendencias actuales en términos de apertura científica son crecientes y facilitan la transmisión de conocimiento, y esperemos que tengan un espacio preferente en la nueva institucionalidad científica del país.