Continuando con el ciclo de foros especiales del Coloquio Memorias en Conflicto, el pasado martes 7 de agosto, se reunieron investigadores/as y gestores/as de sitios y museos de memoria para continuar con el debate inaugurado a partir de la clausura de la muestra Hijos de la Libertad, en el Museo Histórico Nacional.
En esta ocasión el ciclo “Representaciones de la historia reciente y perpetradores en museos del Estado: Límites, Desafíos y Dilemas”, contó con la participación de Pablo Seguel, historiador y licenciado en Sociología, y estudiante del Magíster en Historia de la USACH; Omar Sagredo y Daniel Rebolledo del Área Museo de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi; Jo Siemon, del área Educación del Museo de la Memoria y los DDHH; y Patricio Arriagada, Doctor en Historia PUC, Master en Historia de la Antigüedad en Paris 1 y académico de la Universidad Finnis Terrae.
Pablo Seguel, en su ponencia Historia reciente, patrimonio y derechos humanos. En torno a los límites de la representación del conflicto político y el genocidio en el patrimonio monumental, se enfocó en las implicancias de la representación en espacios patrimoniales, lo que supone tanto un ejercicio estético como político.
El investigador argumentó que los discursos y prácticas patrimoniales producen representaciones de la sociedad, los cuales dan cuenta de lugares de enunciación y posiciones sociales, y que al mismo tiempo establecen relaciones con espacios desde los cuales se articulan discursos sobre el pasado y se ejercitan prácticas conmemorativas. El patrimonio sería entonces una forma de construir un vínculo simbólico entre miembros de una sociedad determinada.
Tomando en cuenta que existe una realidad histórica y un imaginario que se refiere a ella por medio de representaciones, los museos y otros espacios patrimoniales, son expresión de diversos episodios y experiencias históricas, entre ellas muchas que expresan momentos de violencias y vulneración de derechos, y también las luchas por visibilizar esos acontecimientos y los lugares asociados a ellos. En este contexto Seguel indica que es posible identificar la conservación de archivos, la preservación de recintos de detención y lugares de inhumación, que expresan genocidios, guerras y otras violencias, lo que ha sido llamado patrimonio “disonante”, “doloroso”, “negativo”, “de la vergüenza” o “de la atrocidad”.
Pero, asevera Seguel, adoptar este enfoque en el caso chileno resulta irónico, pues el mismo Estado que antes violó los derechos humanos hoy propone acciones de restablecimiento democrático a la vez que efectúa una justicia en la medida de lo posible, y no recupera ni protege los recintos de detención, ni vela por su preservación por medio de recursos adecuados. La ausencia de una política pública de señalización de estos espacios ha repercutido en el despliegue de una política de carácter privatizante, delegando la función pública de la memoria a organizaciones y colectivos de la sociedad civil.
La inexistencia de una política de representación sobre la violencia, se expresa también en una forma de representación de ésta en la cual se advierte una condescendencia con los victimarios, con su consecuente violencia hacia las víctimas, que reproduce silencios y omisiones que perpetúan el olvido y la impunidad.
Finalmente, siguiendo a Pierre Bourdieu, Seguel relaciona la violencia política con la violencia simbólica, en tanto que subvertir esta última en su ejercicio representacional, supone ir más allá de la legalidad. De esta forma la imagen del dictador en una exposición como la que convoca el debate de los Foros, reproduce el simulacro transicional sin mediación alguna, y que entonces reitera una violencia política ante la cual la respuesta ha sido el antagonismo
A continuación, los profesionales de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi presentaron la ponencia ¿Cómo representar a los represores en un sitio de memoria? El caso del Parque por la Paz Villa Grimaldi, una reflexión que ahondó en los dilemas que permiten entender el lugar que han tenido los perpetradores en el diseño arquitectónico, museológico y narrativo del sitio. La presentación enfatizó que, en general, la dificultad principal de esta tarea deviene de la complejidad de responder “cómo contar la atrocidad” en un sitio de memoria que fue ex Centro de Detención, Tortura y Exterminio (CDTE), ya que dichos espacios deben cumplir con objetivos diversos y de extrema complejidad material y simbólica: reparación, re-interpretaciones sobre la historia, educación y participación ciudadana. En este caso específico, el carácter simbólico del sitio permitió ampliar las formas de resignificar lo ocurrido pero, por otro lado, acentuó la complejidad de las decisiones acerca de cómo narrar las atrocidades cometidas allí. De hecho, como afirman los profesionales, el diseño del Parque por la Paz continúa siendo objeto de debate, por ejemplo entre los visitantes, quienes observan tensiones respecto del carácter simbólico de la representación de las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el sitio; aunque preponderan las voces que reconocen positivamente el planteamiento arquitectónico existente.
En este sentido, para comprender las complejidades es necesario considerar que el Parque se concibió en sus orígenes (1997) desde un enfoque que privilegió la resignificación del horror. Es decir, en ese momento si bien hubo propuestas que podían dar lugar a la representación de los agentes -entre ellas, dejar el lugar en ruinas o reconstruir el Cuartel de la DINA- se decidió crear un Parque de arquitectura simbólica que invirtiera el sentido del lugar. Dicho diseño se basaba en la articulación de simbolismos que expresaran ideas y conceptos relativos a la esperanza, la solidaridad y la memoria, destacando elementos relativos a la “vida”, la reparación y la paz, y clausurando material y simbólicamente la “muerte” a través del cierre del portón de ingreso original de los detenidos. Junto con lo anterior, la Corporación ha estado integrada, principalmente, por víctimas y familiares, quienes se opusieron a que el sitio fuera denominado “Cuartel Terranova” (nombre dado por la DINA) en documentos o soportes desarrollados por la institución, señalando que ese término corresponde al “lenguaje de los represores”. Como dieron cuenta Sagredo y Rebolledo, en aquel contexto la represión y sus agentes no contaban, por tanto, con un lugar o relato de representación.
El segundo antecedente que entregaron los panelistas, refiere a las diversas transformaciones y cambios de enfoque que ha experimentado el sitio desde ese entonces, y que de manera paulatina, aunque no siempre planificada, ha ido dándole un espacio a la representación de los represores en el sitio. En consideración a la postura de un sector de la comunidad de ex presos y familiares de víctimas del sitio, se incorporaron réplicas de una de las celdas y de la Torre (espacio de confinamiento y torturas) en el año 2000. Según explicaron los profesionales, la relevancia de esta última reproducción se relaciona con la posibilidad de presentar un “cierre” material al “camino de la muerte”, abordar la desaparición forzada como parte del terrorismo de Estado (profundizando el relato del sitio) y exponer las condiciones de prisión política y tortura desarrolladas en su interior
También la audioguía (2009 – 2010) presenta información sobre los agentes, poniendo énfasis en la organización del Cuartel de la DINA, pero también refiriéndose a cómo éstos se relacionaban con el centro: para ellos el lugar era un espacio totalmente apropiado, fuera de cualquier control o delimitación normativa externa. Los profesionales del Área Museo citaron el trabajo de José Santos-Herceg para dar cuenta que “los verdaderos y permanentes habitantes de los centros” eran los agentes, refiriéndose a su rol como funcionarios uniformados que concurrían a los Centro de Detención, Tortura y Exterminio (CDTE) con el fin de efectuar un “trabajo”, sin que hubiera, aparentemente, una reflexión moral crítica sobre las torturas y prácticas de Terrorismo de Estado llevadas adelante allí. Ello, ejemplificado en el hecho que el sitio era también ocupado por los agentes como espacio recreacional familiar. Como argumentaron Sagredo y Rebolledo, esto hace referencia a una arista de la psicología de los victimarios respecto de la forma en que las acciones represivas parecen estar desprovistas de connotaciones negativas que las alejen de situaciones familiares o de distención y dan cuenta, al mismo tiempo, del asumido convencimiento de su pretendida condición de gestores históricos positivos para el desarrollo del país.
Más recientemente, el proyecto de creación de un Museo en Villa Grimaldi (2010 y 2011) se propuso transitar de manera más decidida desde el enfoque inicial a un museo de sitio con perspectiva crítica, en el que los vestigios históricos se presentaran jerárquicamente por sobre lo simbólico, y se apuntara a la generación de conciencia sobre situaciones vejatorias del presente. Uno de los pilares de esta iniciativa fue la contextualización del terrorismo de Estado, centrado en la experiencia de Villa Grimaldi, relacionando sus efectos con la calidad de la democracia del presente mediante estrategias de pedagogía de la memoria. Este marco permitió la discusión y la definitiva introducción de referencias a los perpetradores en las dimensiones.
Estas diversas transformaciones, conllevan a que hoy existan diversos dispositivos museológicos que apuntan a la representación de los represores. Los profesionales, mencionaron entre otros: los dibujos de represores realizados por uno de los sobrevivientes del lugar, Miguel Montecinos, en 2005, que permiten identificar las diferentes funciones represivas que llevaban adelante; y un organigrama de la DINA y las brigadas que operaban en dicho espacio. Los profesionales destacan a su vez, que tanto en la audioguía como en la Sala de la Memoria, espacio dedicado a 16 víctimas del sitio, se destaca el caso de un guardia, Carlos Carrasco Matus, que fue ajusticiado por la DINA cuando fue descubierto ayudando a los presos.
Finalmente, los profesionales destacaron que gracias a los estudios de público que han realizado de manera sistemática en el lugar, han podido identificar una tendencia creciente de parte de los visitantes por conocer más sobre los torturadores. Es de especial importancia, que lo que se buscaría no es conocer las técnicas del horror, sino las lógicas y racionalidades represivas que operaron en el ex CDTE.
Jo Siemon, por su parte, presentó Representaciones de perpetradores en exposiciones y arquitectura – un debate en Alemania, ponencia en la que entregó una reflexión sobre el caso alemán a partir de dos exposiciones que tratan sobre perpetradores: la exposición sobre el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, la Wehrmachtsausstellung, y la propuesta museográfica en uno de estos sitios usados por las SS, la Wewelsburg. Como argumentó Siemon, en dicho país, la revisión y el análisis crítico de fuentes y testimonios de perpetradores han permitido terminar con ciertas narrativas instaladas por los perpetradores para legitimar o negar su rol en los crímenes de lesa humanidad. El trabajo pedagógico aborda el concepto del perpetrador y sus matices a partir de preguntas acerca del rol y la responsabilidad de cada uno en mantener el sistema funcionando.
La profesional del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, comenzó advirtiendo que la representación de la historia en cada sociedad post-conflicto es muy dependiente del contexto político en que ésta se realiza. En particular, a diferencia de Chile, en Alemania, la mayoría de las personas que vivieron en Alemania en los años post guerra eran hijos de perpetradores, colaboradores y/o bystanders (observadores), ya que la mayoría de las víctimas no sobrevivió el Holocausto o tuvo que exiliarse. En segundo lugar, si bien el país cuenta con una gran cantidad de fuentes históricas, en su gran mayoría se trata de documentos oficiales que fueron generados por los mismos perpetradores y por ende reflejan su visión, sus prejuicios y discriminaciones, y en ellos falta por completo la voz de las víctimas. Por eso, es imprescindible que los investigadores y curadores busquen otras fuentes para contrastar los documentos oficiales, entre ellos, los valiosos archivos orales con testimonios de victimas sobrevivientes, diarios de vida, y algunos objetos y documentos encontrados en los campos de concentración (dibujos, cartas, poemas, pero también vestimenta, etc.)
De manera sucinta, la Wehrmachtsausstellung fueron dos exposiciones (1995 y 2001) sobre el ejército alemán y su participación en los crímenes de guerra y de lesa humanidad durante la Segunda Guerra Mundial. La primera causó un debate muy intenso en la sociedad, la prensa y la academia, puesto que apuntaba a desmitificar uno de las narrativas más fuertemente asentadas en la sociedad alemana, y que indicaba que los crímenes de lesa humanidad solo habían sido cometidos por las SS (Schutzstaffel), y que el ejército se había mantenido al margen de ello. Sin embargo, el debate derivó en un cuestionamiento al trabajo de académico realizado, lo que llevó a su cierre y revisión por un comité de historiadores. Ello dio lugar a la segunda versión, la que confirmó la veracidad de la narrativa de la exposición, a pesar del reconocimiento de algunos errores. La segunda exposición tenía el mismo propósito narrativo sobre la participación del ejército en los crímenes de lesa humanidad, pero aportó una visión más amplia del ejército y retomó aspectos del debate público, por ejemplo la solicitud de revisar el contexto (moral, institucional y judicial) del momento histórico de estos crímenes en el cual los soldados actuaron.
Siemon se centró en su exposición en el segundo caso, la Wewelsburg, un sitio de memoria desde donde se organizaron, prepararon y administraron los crímenes, y que es representativo de sitios de memoria en espacios de represores (Täterorte). Se trata de un castillo del Renacimiento que fue pensado como centro ideológico para la elite de la SS, y como tal fue testigo de varias reuniones de Himmler con sus altos oficiales. De las construcciones nazi realizadas en el castillo siguen dos salas intactas, y el lugar ha ocupado un espacio en la literatura fantástica que homenajea a la SS y/o explica la política del Tercer Reich con teorías conspirativas, como fue por ejemplo el libro “Die schwarze Sonne” de Tashi Lhunpo. El símbolo de los ex -SS en este libro es el sol negro que decora el suelo de la sala Obergruppenführersaal del Castillo Wewelsburg. Frente a la preocupación de que estas dos salas se habían vuelto un referente simbólico para grupos de extrema derecha en todo el mundo, el año 2006 se generó un nuevo reglamento de la casa que prohíbe símbolos y marcas de vestimenta relacionados a la extrema derecha. A su vez, luego de diez años de planificación, en 2010 se inauguró una nueva exposición en el lugar con una propuesta museográfica que evitara el mal uso de los espacios y los objetos expositivos por parte de neonazis en homenaje a los perpetradores de la SS. Gracias al trabajo interdisciplinario se concibió una museografía que entre otros, invirtió el sentido original de estos dos espacios. Por ejemplo, sala ‘Sepulcro/Cripta’ (Gruft), que estaba supuestamente dedicada a velorios de altos rangos de la SS, fue adornada con un ciclo de cuadros expresionistas del artista Josef Glahé sobre los crímenes de la SS que había sido creado para este mismo espacio en 1950. Por su parte, en la sala Obergruppenführersaal, donde está ubicado el sol negro, se ubicaron sillones y puestos con folletos informativos para que la gente se sentara de manera informal, quebrando el sentido ceremonioso que inspiraba el diseño original del lugar. A su vez, la exposición de los objetos afirmativos de la ideología de la SS, como por ejemplo joyas con runas, el Totenkopfring (anillo con cráneo) o un uniforme de la SS con la Suástica, los cuales abundan en el sitio, son expuestos bajo cinco nuevos criterios: (a) Estética de depósito: la estética y el diseño sigue el estilo de muebles de depósito y buscan quitarle a la presentación cualquier aura místico o de enigma. Además, permite mirar los objetos desde diferentes perspectivas; (b) ‘tapar sin esconder’: con el objetivo de evitar cualquier posibilidad de homenaje a los objetos ‘afirmativos’ se implementaron obstáculos museográficos para la observación. Por ejemplo, los emblemas nazi se tapan con pegatina en los vidrios de la vitrina, los textos de cédulas están pegados en los vidrios de las vitrinas y así no permiten una mirada (o toma de foto) sin interrupción. Por ejemplo, el retrato de Oswald Pohl (un alto mando administrativo de la SS) solo se muestra de lado, para no poder apreciarlo de frente; así interrumpe la observación. (c) Masividad: en vez de singularizar los objetos en una vitrina, agregándole valor museográfico, estos se presentan en su masividad como producciones por mayor de material propagandístico. (d) Contrastar: en cuanto a los contenidos se contrastan los ideales ideológicos de la SS que se transportan en los objetos con información al respecto al cumplimiento de los integrantes de la SS con estos ideales. Por ejemplo el ideal de la maternidad de la mujer y las familias con muchos hijos que se transmite con una figura decorativa de la mujer madre, se contrasta con estadísticas acerca de la cantidad de hijos en las familias de la SS que está por debajo del promedio de las familias en general. (e) Contextualización responsable: se contrastan los objetos ‘afirmativos’ con documentos y fotografías que dan a conocer el significado y las implicaciones violentas y criminales detrás de los objetos. Así, por ejemplo el Candelero Julleuchter que fue utilizado en la fiesta que reemplazaba la navidad en la ideología nazi se contrasta con fotos y documentos de su producción por parte de presos del campo de concentración en Neuengamme, demostrando los crímenes que involucraba la producción de este objeto, que entonces pierde toda ingeniosidad.
Como argumentó Siemon, este caso muestra como un sitio de memoria opta por exponer los objetos de los perpetradores y su arquitectura para tematizar e informar acerca de su ideología y sus crímenes, pero tomando claramente posición: no se permite que los objetos y símbolos de los perpetradores puedan ser apreciados sin obstáculos, quitándole de manera museográfica el poder estético intencionado originalmente y cambiando y reinterpretando los usos de los espacios. En cambio, los objetos de las víctimas cuentan con el espacio para ser apreciados sin obstáculos y para desarrollar su estética y aura de objeto histórico original.
Finalmente, la profesional concluye que estos casos dan cuenta de la necesidad de tematizar y ampliar la noción del perpetrador en varios aspectos, considerando la diversidad de actores que participaron en los crímenes de manera directa e indirecta. Asimismo, es central considerar que el valor de las exposiciones está en el trabajo pedagógico en torno a la responsabilidad de cada uno de los ciudadanos por cuidar el Nunca Más desde su propio entorno hasta la más alta política, provocando un pensamiento y análisis crítico sobre los principios de orden, la legalidad y la legitimidad ética de las conductas. A su vez, es central considerar que toda expresión pública (escrita, hablada, artística, arquitectónica, etc.) tiene una intención de comunicación y uso. Los objetos, documentos y edificios generados por los perpetradores siguen transmitiendo las ideologías intencionadas por sus creadores. Por lo mismo es imprescindible pensar en cómo se presentan a un público amplio y buscar maneras museográficas y pedagógicas de transparentar, de-construir y romper con esta estética o lógica afirmativa a la ideología de los perpetradores. Eso es importante para conservar el patrimonio e informar y sensibilizar a las nuevas generaciones por un lado. Por el otro lado, es necesario evitar e interrumpir la transmisión de los mensajes originales y usos ideológicos inhumanos. Para tales efectos se deben generar conceptos y lenguaje (explícito, estético y museográfico) especiales para este tipo de expositivos que contextualizan y rompen con lo originalmente intencionado por los perpetradores. En este sentido, un museo tiene que debatir su relación y posición en cuanto al tema y cómo exponer, y transparentarla. Especialmente en el caso de exposiciones sobre memoria, violaciones a los derechos humanos y sus víctimas y perpetradores, la posición debe ser clara y se debe reflejar en la museografía.
Patricio Arriagada, uno de los autores del catálogo de la exposición «Hijos de la Libertad» abordó en su exposición los dilemas que traen las exposiciones sobre los represores, a partir del caso alemán y los conceptos vinculados de banalidad del mal y de monstruosidad.
En relación a lo primero, el historiador argumenta que el concepto de lo monstruoso, sugerido por algunos expositores del Ciclo de Foros como parámetro normativo para representar a los victimarios, en cuanto excepcionalidad en oposición a la humanidad de las víctimas es problemático, porque implicaría que el mal es un asunto exento de lo humano. El historiador considera que esta imagen proviene de un uso vicario de la categoría del mal proveniente del trabajo de Hannah Arendt, el cual proviene a su vez de una lectura de la filosofía práctica y estética de Kant. En ese sentido, Arriagada defiende que si bien es necesario recuperar la necesidad propuesta por Kant de utilizar la facultad de juzgar lo monstruoso, en cuanto concepto que es capaz de destruir sus propios límites y fines -y que parece exento a lo humano-, pero asumiendo a la vez como también como hizo Kant, que el mal es algo humano. A partir de algunos ejemplos, el académico mostró en la exposición que no basta con un ejercicio de humanización de las representaciones de los perpetradores o con la afirmación de que el mal está en todas partes.
En este sentido, Arriagada propone que la categoría de “banalidad el mal” es útil frente a esta polaridad entre bien y mal, pero siempre que se haga de considerando los contextos históricos y se reflexione sobre las particularidades de los diferentes medios museológicos (fotografías, audios y otras materialidades mediadas). En primer lugar, se pregunta cuáles son las implicancias de las perspectivas museológicas actuales, que consideran que las exposiciones deben asumir diversas perspectivas. Uno de los aspectos problemáticos de este tipo de exposiciones, es que si éstas se hacen recurriendo al concepto de lo monstruoso, se caería en el peligro de reforzar el poder de los perpetradores a través de las imágenes. Un ejemplo, es el uso de las imágenes del bombardeo de la Moneda que muestran todo poderío de las FFAA en ese momento y puede llevar a una fascinación de la violencia, aun cuando se busque lo contrario con estas representaciones.
Otras preguntas que surgen son, si consideramos que tanto víctimas como perpetradores deben ser exhibidos al público (ausencia que es notada por visitantes extranjeros al Museo de la Memoria y los DDHH), ¿cómo hacerlo? ¿Puede equipararse el uso del espacio y formas de presentación entre víctimas y victimarios, o sobre las diferentes posiciones políticas e ideológicas de ambos, en la muestra? ¿Debería apuntarse a un equilibrio de este tipo, o se debería privilegiar a una de las partes? ¿Qué rol juegan los museos públicos? ¿El museo debe concebirse como una escuela o como un teatro?
El académico profundiza en estas preguntas a partir de la materialidad de algunas exposiciones, por ejemplo el uso de fotografías. ¿Pueden éstas, videos o audios, considerarse sin más como fuentes históricas?
Arriagada propone considerar la exhibición sobre Hitler (2000) en Berlín, destacando que, en primer lugar, se tuvo en consideración el peligro de que la exposición pudiera tener un uso apologético del personaje, o provocar una crítica feroz por parte de las víctimas. Por ello se la nombró, “Hitler y los alemanes. La nación y el crimen”. Esto fue asumido por el curador de la muestra, la que tomó 6 años, desde un inicio. Ello implicó que no se incluyeron audios en la muestra, ni tampoco sus uniformes, o el clásico cuadro de 1939 que lo muestra como un héroe visionario.
Finalmente, Arriagada propuso que existe un tipo de imágenes que quizás tiene el potencial de provocar una reflexión crítica sobre los perpetradores acudiendo al concepto de banalidad del mal. Se trata de aquellas imágenes (fotografías) que muestran el lado más cotidiano y banal de los represores y los campos. Por ejemplo, las fotografías recientemente exhibidas sobre Josef Kramer, “la bestia de Berger – Belsen”, que lo muestran en un día ordinario del campo, o con Irma Grese posando con naturalidad, a pocos momentos de ser fusilados. O más aún, fotografías recientemente donadas al Museo del Holocausto de Washington que muestran la alegría cotidiana de los nazis, donde también aparecen Josef Kramer, Josef Mengele y otros criminales nazi. Se trata de las imágenes que exponen todos los significantes de la felicidad doméstica, pero que cargan con el horror cuando se los imagina en contraposición a la acción criminal ejecutada por esas mismas personas. Este tipo de fotografías no proveen respuestas, sino que generan preguntas sobre sus usos expositivos y permiten reflexionar cómo hacer aparecer el mundo fuera del mal, en términos físicos y temporales. Y cómo puede el espectador participar de esta mirada más performativa de la imagen, ampliando su observación a este tipo de reflexiones sobre el mal, y nuevas interpretaciones.
En este sentido, el académico apuesta por una representación que utilice este tipo de imágenes que no muestran los actos de violencia directamente, pero que aluden a ellos representando al perpetrador en situaciones de banalidad, ya que quizás pueden comprometer más a nuestra imaginación y generar nuevas interpretaciones, que aquellas de contenido más grafico que muestran representaciones directas de los crímenes, que pueden generarnos rechazo. Sin embargo, argumenta que asumir la perspectiva de la banalidad del mal no debiera tomarse como un a priori esencial que determina nuestra posición en relación al mal. Menos cuando se trabaja con representaciones con las que tenemos ya una sobre familiaridad cultural, lo que actúa como disuasivo de compromiso crítico de los actos.
Arriagada finaliza argumentando que la problemática de este enfoque recae en el hecho de que la banalidad estética del capitalismo tardío es una respuesta cultural que se alimenta de las sombras de la indiferencia y deseos frustrados. En este sentido, pareciera que lidiar con la banalidad del mal en cuanto categoría histórico filosófica, se dificulta por el hecho de que actualmente la banalidad estética impide al espectador comprometerse experiencialmente con lo representado. Más aún, se pregunta, ¿puede representarse el aspecto banal de todos los perpetradores o solo de aquellos que poseen un lado monstruoso que sirve de contrapeso estético de la representación cotidiana que puede ser excesivamente normalizadora?
El registro audiovisual de la sesión se encuentra en https://www.facebook.com/CentroCOES/videos/2030698226981693/
Nota redactada por Carolina Aguilera, coordinadora del Coloquio Memorias en Conflicto versión 2018, e investigadora adjunta línea Geografías del Conflicto – COES; y Loreto López, integrante del Programa Psicología Social de la Memoria (Universidad de Chile).
Revisa el registro de este foro aquí:
La 4ª y última sesión se desarrollará en la Universidad de Valparaíso y tendrá dos paneles. Además, contaremos con la participación especial de Michael Lazzara, de la Universidad de California, Davis.
Programa 4° Foro Representaciones de la historia reciente y perpetradores en museos del Estado: Límites, Desafíos y Dilemas”
Martes 4 de septiembre: 10:30.00- 11.30 // CIAE, Universidad de Valparaíso. Blanco 1931. Sala 401
10:30 – 11:55. Primer Panel: Dilemas y perspectivas en torno a la representación de perpetradores en Museos del Estado.
. La despinochetización de Chile o el agotamiento del discurso transicional, Andrés Estefane, Universidad Adolfo Ibáñez y Luis Thieleman, Universidad Finis Terrae
. Pasado reciente en Chile: Las tramas de la representación de un pasado aun, inabordable y desfondado. Reflexiones en torno al caso de la muestra; “Hijos de la libertad” del MHN, Graciela Rubio, Universidad de Valparaíso.
. “Hijos de la Libertad. 200 años de Independencia”, Apuntes sobre el dispositivo museológico contemporáneo, Sigal Meirovich, Estudiante de Doctorado, Universidad Andrés Bello.
Comentarios de Pablo Aravena, Universidad de Valparaíso.
Café
12:20 – 14:00. Segundo Panel: Representaciones culturales de perpetradores en televisión, cine y literatura.
Políticas representacionales sobre la represión: un análisis de las imágenes de los represores en el cine y la fotografía, Milena Gallardo, Candidata a Doctora, Universidad de Chile y Tania Medalla, estudiante de Doctorado, Universidad de Chile.
La representación en la ficción televisiva del antagonista político de la dictadura chilena, Javiera del Valle, tesista Fondecyt.
Familiares de colaboradores y perpetradores en Chile: sujeto implicado, memoria y responsabilidad, Michael Lazzara, University of California, Davis (en castellano).
Comentarios de Daniela Jara, Universidad de Valparaíso-COES.
Registro: