En esta entrevista, el sociólogo, doctor en Geografía Humana por la Universidad de Mánchester, nos cuenta cómo llegó a estudiar el extractivismo en Chile, la tensa relación entre las mineras y las comunidades indígenas y la difícil inserción del trabajo académico en la generación de políticas públicas en Chile.
En 2014 Hugo Romero comenzó su postdoctorado en COES y hoy es investigador en la línea de investigación Geografías del Conflicto. Desde este espacio ha estudiado los conflictos del territorio en el Norte Grande —es decir, de las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta— y en las tierras indígenas de la Araucanía. A partir de un proyecto Mini COES —fondo interno para la investigación —en cooperación con el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) comenzó a estudiar los conflictos socio-ambientales y su relación con las comunidades indígenas aymaras, atacameñas o likan antai—, a propósito de la expansión de la minería en el Norte Grande. En concreto, estudió el acceso, uso, compra y contaminación de aguas entre las comunidades y las empresas mineras.
Con estos resultados, postuló al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt) de Iniciación, donde se adjudicó el proyecto “Análisis de las transformaciones y conflictos socio-ambientales del Norte Grande: Agua, Minería, Paisajes y Comunidades Aymaras (2014-2017)”, que buscaba profundizar la investigación realizada en su trabajo postdoctoral. En el marco de su proyecto Fondecyt, pudo realizar campañas de terreno en la zona de expansión y conducir entrevistas a dirigentes de las comunidades, personal de las compañías mineras y funcionarios públicos, con la finalidad de analizar y comparar el conflicto desde los diferentes actores presentes en el territorio.
Cabe precisar que Hugo Romero estudió sociología en la Universidad de la Frontera (Temuco), cuando estaba recién empezando a operar la organización Mapuche Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), conocida por autoproclamarse incendios de camiones, casas e iglesias, entre otros en la Araucanía, a través del Órgano de Resistencia Territorial. Romero también fue parte de la primera generación de estudiantes en el país en obtener Becas Chile –becas de postgrado financiadas por el Estado para estudiar en las mejores universidades del mundo. Gracias a ello, llegó a doctorarse en Geografías Humanas por la Universidad de Mánchester, donde trabajó con Anthony Bebbington, profesor de Medio Ambiente y Sociedad y Director de la Escuela de Graduados de Geografía de la Universidad de Mánchester. Actualmente, Romero dirige el Observatorio Regional de la Universidad Católica de Temuco, donde desarrolla investigación junto a un equipo de tres académicos y es tutor de tesis de seis estudiantes de pregrado y tres estudiantes de postgrado que siguen esta línea de investigación.
Mineras, comunidades y extractivismo
¿Cómo pasaste de la sociología a la geografía y el territorio?
La sociología no me estaba dando respuestas a la serie de fenómenos que yo estaba observando; entonces me fui a estudiar un magíster en Investigación Social en la Universidad de Concepción, donde comencé a interesarme por el extractivismo forestal. Ahí me di cuenta que había una variable que no había tomado en cuenta: el territorio. Las lecturas que tenía en el magíster eran muy neutras e ingenuas en cuanto al territorio. (…) Yo sabía que había algo que las comunidades estaban defendiendo y, al mismo tiempo, había algo que el Estado no estaba procesando o no quería reconocer. En ese momento la sociología estaba súper atrapada en las críticas a la modernidad y a la sociedad del riesgo —al menos la que me estaban enseñando a mí—, así que empecé a preguntar qué estaba pasando con el territorio y cómo se podría investigar desde las ciencias sociales (…) Después del magíster, y buscando esas respuestas, me fui a Alemania por seis meses a estudiar Economía Política en la Universidad Kassel. Estando allá, escribí en Google “conflictos ambientales en los Andes” y me apareció un grupo que se llamaba así en la Universidad de Mánchester, donde estaba Bebbington. Le escribí que quería especializarme en esa área y me contestó que si me conseguía una beca, me podía ir a estudiar con él, y ahí estudié en profundidad los conflictos relacionados a la construcción de centrales hidroeléctricas en la Patagonia.
¿Cómo llegaste a estudiar el extractivismo?
Volví a Chile y postulé como investigador postdoctorante en COES, donde me pidieron que me especializará en el norte y en los conflictos indígenas. Desde COES he trabajado en dos proyectos de extractivismo, uno sobre conflictos mineros y comunidades indígenas en el Norte Grande, específicamente en la región de Tarapacá; y otro sobre tierras indígenas en la Araucanía, donde estudio principalmente la expansión forestal y los conflictos hidroeléctricos que han emergido en el último tiempo.
¿Qué se entiende por extractivismo?
El extractivismo es una estrategia económica impulsada por los Estados Nacionales para la explotación de ciertos tipos de recursos, principalmente para la especialización de ciertas regiones en mono producción. Cuando un territorio queda especializado por un determinado recurso, se comienza a hablar de “Norte Grande minero”, “sector frutícola del centro del país”, “costa pesquera”, entre otros. Es bien interesante porque es una especialización completa en la extracción de materias primas; es decir, productos que no tienen mayor procesamiento y que se extraen en volúmenes grandes, por lo tanto el daño ambiental es grande, y por lo general está asociado a la presencia de capital transnacional, de manera que sus beneficios no quedan en el país. Y en el caso de Latinoamérica hay una particularidad, el extractivismo ha sido fuertemente impulsado por gobiernos de derecha y gobiernos progresista (…) No va asociado a un color político, sino a una estrategia política que busca aumentar el bienestar social mediante la extracción de recursos. De ahí vienen frases como: “para crecer necesitamos represar los ríos”, “para tener mayor desarrollo necesitamos aumentar la producción de minerales como el cobre”, etcétera. El extractivismo es, literalmente, extraer los recursos (…), va a territorios que antes no habían sido integrados al capitalismo, entonces vemos que territorios de comunidades indígenas en el altiplano o en la cordillera empiezan a ser integrados dentro de dinámicas globales de extracción de recursos.
¿Cómo opera el extractivismo y cuál es el conflicto?
El proceso se sostiene en el discurso de que los recursos pertenecen al Estado, todos los recursos, y que no pertenecen a las comunidades locales. Entonces ahí se produce algo que es bastante importante porque el Estado-Nación aparece como propietario de los recursos en el suelo y en el subsuelo, incluso si es que en la superficie viven comunidades indígenas. Entonces ahí se genera una serie de conflictos, por ejemplo, entre las soberanías del territorio. ¿De quién es el territorio? ¿Del Estado o de las comunidades que existían previo a la existencia del Estado? ¿Las comunidades tienen algún tipo de soberanía sobre el territorio donde viven?
¿Cómo evalúas tu trabajo de investigación?
Mi trabajo está marcado por la ausencia de un Censo, y eso es grave porque el Norte Grande tiene una serie de dinámicas de ocupación donde hay un contingente de poblaciones indígenas que viven en zonas urbanas y un número muy reducido que vive en la pre cordillera, en el altiplano. Tuve que leer mucho para empezar a entender las dinámicas de residencia en el territorio, considerando también la complejidad que tiene trabajar en el desierto (…) El Mini COES sirvió para sentar las bases, para saber cuáles eran los temas más potentes.
¿Cuáles son los principales resultados del Mini COES en el Norte Grande?
Lo más interesante es saber quiénes son los aymaras, quiénes son los quechuas, por qué estaban chocando con la minería y si es que habían conflictos abiertos o el conflicto era latente. Y fue bien interesante porque en el fondo sirvió para empezar a cuestionar algunas teorías sobre conflictos y también ideas sobre territorialidades, sobre identidades, sobre cómo los conflictos en el extractivismo no sólo son destructivos en el sentido de la destrucción de la naturaleza y del medioambiente de las comunidades indígenas, sino que también pueden ser destructivos en un proceso altamente productivo, dado que exigen que las comunidades desarrollen un amplio repertorio de acciones colectivas creativas, y dentro de esas resistencias creativas, (aparece) la resignificación del territorio. A mi juicio, ha sido central, y eso es visible principalmente con el aumento de la auto-identificación indígena en el norte. En los datos del Censo de 2017, hay cerca de 150 mil personas que se auto-identifican como aymaras. A su vez, la auto-identificación quechua también han crecido un montón, llegando a más de 33 mil y esto está asociado a los territorios que ancestralmente habían sido ocupados en el Norte Grande de Chile y hoy día enfrentan la amenaza da la minería.
¿Por qué las mineras son una amenaza para las comunidades?
La amenaza aquí se traduce principalmente en la captura de agua para los procesos mineros y en la posibilidad de contaminación del aire, por el polvo en suspensión, por la presencia de relaves, y la transformación de lo que es la vida andina. Y es muy interesante ver cómo las comunidades reaccionan ante eso: población que vive en zonas urbanas comienzan a reactivarse y a reclamar su pertenencia y origen en poblados andinos, precordilleranos y altiplánicos. Y el pueblo andino se transforma en el espacio de resistencia y resignificación étnica de los aymara y los quechuas, y eso a su vez, genera que las mineras creen una serie de estrategias para lidiar con la articulación indentitaria o emergencia indígena, pero que básicamente muestra eso, que las identidades no son esenciales sino que genera un esencialismo estratégico, que es inminentemente político, como forma de negociar / resistir la presencia de las mineras (…) Se empezó a generar una dialéctica en el Norte Grande donde las mineras y las comunidades co-producen el territorio a través de relaciones de negociación y resistencia.
Y en concreto, ¿de qué manera se co-produce el territorio, entre las mineras y las comunidades?
Las mineras, básicamente, requieren de una serie de profesionales para que lidien con las comunidades, y las comunidades requieren que las mineras, en ausencia del Estado, inviertan en los poblados andinos. Entonces es muy interesante porque ves antenas de celular, antenas de televisión, mejoramiento de las postas, construcción de sedes sociales; es decir, ves cómo el poblado andino empieza a integrarse dentro de las dinámicas de las empresas mineras y ves también al personal de las empresas mineras estableciendo relaciones en las comunidades. Entonces, a eso me refería con que el conflicto puede ser altamente productivo y creativo. Por ejemplo, hoy día existe el Instituto de Estudios Quechuas en Iquique. Eso no existía antes, y eso existe porque los quechuas han tenido la capacidad creativa de organizarse, de resignificar los espacios, de redescubrirse a través de la arqueología y antropología. Han sido capaces de reconstruir un territorio histórico además de tener presencia urbana. Ninguna de estas cosas hubiese sido posible sino hubiese existido un conflicto con las mineras.
Cuando señalas que el conflicto es productivo y creativo, ¿a qué te refieres exactamente?
Es creativo porque uno está esperando que el extractivismo destruya, porque eso es lo que ha hecho en muchas partes, pero el extractivismo también puede ser subvertido, y de ahí puede nacer un proceso creativo, donde junto con el cambio medioambiental se generan estas dinámicas de negociación y resistencia. Las comunidades no son pasivas sino que son activas en contestar (…) Al final del día, las comunidades tienen más protagonismo y más liderazgo y están más diferenciadas entre ellas, y en muchos casos ha permitido la especialización dentro de ellos, en comunidades, que son excelentes negociadores, conocen la ley chilena, las leyes internacionales. Les ha permitido posicionarse, visibilizarse. Entonces al extractivismo lo han combatido con organización y con creatividad. Hoy día aparece claramente en algunas zonas “el camino del inca” y eso es porque las mineras han contratado arqueólogos para que trabajen con las comunidades para la resignificación de los espacios. Entonces una vez que las comunidades descubren lo que tienen dentro de su territorio, empiezan a presionar a la minera para que no lo destruya (…) Las mineras para evitarse conflicto contrata a arqueólogos, antropólogos, historiadores; pero eso también genera un nuevo conflicto porque ahora la gente conoce y pone en valor su patrimonio. Entonces a eso me refiero con que son altamente creativos. Va creando nuevas alianzas y destruyendo otras. Habían pueblos que estaban prácticamente abandonados y hoy día tu vas a esos pueblos y su iglesia está en un muy buen estado, tiene una sede social nueva, tienen electricidad, internet, y eso lo tienen porque han tenido la capacidad de entrar en el conflicto. A mi me parece que es una lectura relativamente nueva sobre los conflictos.
¿De qué manera has podido acercar la investigación en el mundo de las políticas públicas?
Es súper difícil salir de la academia y llegar a los tomadores de decisiones. La gente no quiere escuchar. La gente que trabaja en la toma de decisiones no quiere escuchar que el territorio no es la convención de territorio que ellos tienen porque se pone en juego la soberanía del país. Entonces, aquí estamos frente a un conflicto gigantesco, que es el tema de fondo de la investigación, que el Estado Nación con estos conflictos empieza a entrar en crisis porque empiezan a emerger distintas visiones, representaciones y acciones políticas que cuestionan la soberanía del Estado, principalmente a partir de los conflictos indígenas, ambientales y territoriales.
En la Araucanía, el Estado se niega a entender que el conflicto es por territorio. El Estado cree que el conflicto es por tierra. Y el conflicto por tierra (para el Estado) se trata con policía, con carabineros. Entonces ahí hay una cuestión que es muy seria, al menos lo que yo observo en el sur, no es tierra, no son hectáreas, no son litros de agua más o litros de agua menos, sino que tiene que ver con la profunda molestia histórica de los mapuche con el proceso de despojo, porque han tenido la capacidad de resistir, también creativamente, reinventarse, adaptarse y tomar nuevas fuerzas políticas para enfrentar la presencia del Estado. Y por tanto, hoy día están reconstruyendo sus formas tradicionales de ordenarse en el territorio. Están reconstruyendo liderazgos tradicionales, su religión, su lengua, por lo tanto, no es algo que se va a acabar por más o menos hectáreas. El Estado va a tener que aprender cómo están viviendo otros países que también han enfrentado este problema, que es un problema serio: el Estado imagina que todos los que viven en el mismo territorio tienen una misma cultura.