Publicado en La Segunda
Por Jorge Atria
El debate sobre lo que debe y no debe hacerse para reducir la desigualdad se topa a menudo con la dificultad de llegar a un acuerdo sobre el ideal de igualdad al que se aspira. Si bien nadie quiere la igualdad pura de todos en todo -excepto quienes recurren a esa idea para denostar la preocupación por los abultados contrastes socioeconómicos- no siempre es claro qué se desea igualar. La estadística tampoco ayuda: baste mencionar que incluso para el coeficiente de Gini, el indicador más utilizado para analizar desigualdades de ingreso, no existe una medida consensuada sobre cuál nivel de desigualdad es aceptable y cuál inaceptable.
¿Cómo orientar la búsqueda de la igualdad deseable? Rosanvallon destaca que la idea de igualdad que se fraguó en las revoluciones modernas la comprendía como una relación, una forma de producir lo común. Una igualdad de relación implica semejanza -tener las mismas propiedades esenciales, de modo que las diferencias restantes no dañen la relación-, independencia -autonomía, no subordinación y equilibrio de intercambio-, y ciudadanía -igual posibilidad de participación en una comunidad de pertenencia. Así descrita, la igualdad es una norma de interacción, una manera de constituir lo común para formar sociedad.
La reproducción intergeneracional de ventajas y desventajas y la desigualdad de género, por nombrar dos ejemplos, ilustran cuándo la igualdad como relación deviene problemática. Diferencias sistemáticas entre nacidos en una misma generación por cuestiones heredadas, o entre hombres y mujeres en salario o trato bajo una misma posición, pueden llevar a la falta de semejanza, a la pérdida de autonomía o equilibrio en el intercambio, o a una participación ciudadana desigual. En cada caso, no se requiere precisar una cifra ni tampoco una teoría de justicia, sino poner en el centro la igualdad como una cualidad social, en la que se puede avanzar por distintas vías, pero que no por ello deja de ofrecer un criterio claro de lo que está en juego detrás de diversas desigualdades cotidianas.
Las diferencias de ingreso, acceso, dignidad o trato indignan cuando por su magnitud, evidencia o reproducción por circunstancias totalmente ajenas a los individuos generan desigualdades injustificadas y horadan dimensiones fundamentales de la vida humana y social. En tales casos, se pone en juego la posibilidad de relacionarnos como iguales. Enfrentarlas no es ayudar a un grupo, sino constituir lo común para formar sociedad.