Published at La Segunda.
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Si hay algo en Chile que pueda asimilarse al uso y significado social que tenía la tragedia griega, es lo que sucede, hace décadas, en septiembre. En la tragedia el coro tenía un rol principal, erosionando la autoridad del monólogo de un protagonista, y problematizando así los acontecimientos. Su aporte era que dejaba en evidencia la latencia que ronda a cualquier presente.
Este 28 de septiembre presentaré mi libro Children and the Afterlife of Violence, publicado por Palgrave Mcmillan, aún en espera de traducción. En ese libro se refleja una de las tantas disputas por el reconocimiento que tiene lugar en la sociedad chilena. Teniendo como material de trabajo a los recuerdos de infancia de los entrevistados, el libro muestra cómo se transmite generacionalmente uno de los legados que tiene la violencia de estado: lo que llamo un conocimiento semi iniciático, de una desconfianza ambivalente hacia el estado y las instituciones. Este rito, con su transmisión intergeneracional y su impacto, fue descrito en la mayoría de las entrevistas, incluso en algunas de la tercera generación: el momento en que se aprende que el estado, puede matar.
Mientras realizaba las entrevistas, ocurrió simultáneamente el éxito mediático de “Los 80s”. Antes y durante, varios documentales surgieron aportando en la construcción de una memoria generacional, en la intersección con los acontecimientos de orden político, reclamando no sólo una memoria mimética, heredada, de una generación referente, sino que un orden de significación propio, como continuidad y ruptura. Documentales como El Eco de las Canciones (A. Rossi) y El Edificio de los Chilenos (M. Aguiló), cortometrajes como Brisas de Enrique Ramírez, y novelas como “Formas de Volver a Casa” de Alejandro Zambra, son todas narrativas e imágenes que han ido consolidando una memoria cultural de cómo el régimen transformó efectivamente nuestras nociones de la vida cotidiana hasta el día de hoy, inscribiendo una disociación entre lo público y lo privado, fortaleciendo la segregación entre ambas espacios.
El -o uno de los- sentido/s de estas memorias generacionales es apelar a otra forma de reconocimiento, en el unísono de voces que tensionan y resignifican septiembre: en su caso, no se trata de un ejercicio de victimización, sino muy por el contrario. Se trata de mostrar, más allá del terror de estado, no sólo las dislocaciones que generó el régimen en las generaciones que fueron contemporáneas, sino cómo las identidades políticas se transmiten intergeneracionalmente, generando lealtades invisibles y contramemorias que repercuten en una noción de tiempo largo.