Por Claudia Sanhueza.
Publicada originalmente en La Segunda.
Semanas atrás, la Iglesia propuso un nivel de salario, denominado “ético”, de 400 mil pesos, esto es, un aumento del salario mínimo del 60% respecto del que existe hoy. Los datos de Casen 2013 indican que el promedio de los ingresos laborales de un trabajador es 438 mil pesos, pero sólo un 25% de los trabajadores tiene ingresos superiores a 465 mil pesos. Por otra parte, los datos de la nueva línea de pobreza de ingresos indican que en 2013, para un hogar de 4 integrantes, esta era de 361.310 pesos. Esto quiere decir que si un hogar tiene 4 integrantes y solo uno de ellos recibe ingresos laborales, el salario mínimo los deja bajo la línea de pobreza. Esto en la literatura internacional se conoce como “el trabajador pobre”.
¿Se puede subir el salario mínimo a un nivel “ético” propuesto por la Iglesia? Como la mayor parte de las políticas, no se trata de una respuesta técnica sino mas bien política. Según la teoría económica neoclásica, el salario mínimo produce desempleo. Al ser éste mayor que el de equilibrio aumenta la oferta y disminuye la demanda de trabajadores. Desde otro punto de vista teórico, salarios de eficiencia, el salario mínimo podría aumentar el empleo, ya que aumenta la productividad de los trabajadores. Numerosos estudios indican que aumentos del salario mínimo no aumentan el desempleo, y otros muestran que existen salarios de eficiencia.
Ahora bien, el salario mínimo no es sólo un número a determinar. Este es una institución del mercado laboral y su nivel tiene que ver con otras instituciones en el mercado laboral y en la sociedad en general. Hace poco la OCDE publicó un reporte con un ranking de los países por su salario mínimo. Países como Finlandia, Suecia y Noruega no estaban en la tabla porque no tenían legislación de salario mínimo. En esos países, con niveles de sindicalización casi universales, lo importante para subir los salarios era la negociación colectiva. En nuestro país, con baja participación sindical, es complicado descansar en ella para aumentar los salarios. Y efectivamente hay un rol de redistribución a partir del salario mínimo.
Otra forma de redistribuir ingresos es a través del sistema tributario, devolviendo impuestos a quienes reporten ingresos laborales bajos, por ejemplo. Cualquiera que sea de los tres caminos –salario mínimo, negociación colectiva o redistribuir ingresos a través del sistema tributario, requieren de una sociedad que prefiere vivir con mayor igualdad y al mismo tiempo que esto se traduzca en políticas acordes a estas preferencias. El economista Anthony Atksion (2015) en su libro Inequality: What Can Be Done? propone interesantes medidas para enfrentar la desigualdad. Una de ellas es establecer un salario mínimo de tal manera que: 1) este sea valorado al estándar de vida (que no cree “trabajadores pobres”) y 2) un código de prácticas de pagos salariales por arriba del salario mínimo. Ambas cosas como parte de un diálogo nacional y/o la formación de un consejo económico y social permanente. Me parece que ese sí es un camino a seguir.