Por Alfredo Joignant
Publicado originalmente en La Segunda
La controversia que hemos presenciado a propósito del aborto ha sido especialmente propicia para quienes son genuinamente liberales. En efecto, ha sido tan portentosa la pasión por el ridículo por parte de la derecha que la postura liberal restringida a las tres causales en disputa dibuja con claridad un espacio social a parte, muy mayoritario, en la sociedad chilena. Por fin.
La postura ?no sólo conservadora, sino reaccionario? de la derecha ha sido aleccionadora sobre el retraso cultural que la afecta. Veamos. “El aborto facilita el tráfico de órganos” (I. Norambuena); “con el aborto no va a haber más Teletón” (G. Hasbún); “el aborto es como la esclavitud” (J.M. Edwards); “por lo menos el gobierno militar mataba gente grande” (R. M. García), a lo que se suma un largo etcétera que, de veras, es de terror.
La oposición al aborto puede también venir de elaboraciones más sofisticadas, como la de S. Alvear y, sobre todo, de E. Saffirio, que se proponen descubrir raíces ideológicas en la propia izquierda para enrostrarle contradicciones que se originan en su propio individualismo cultural, al punto que entraría en colisión con su defensa de la justicia social. Sin embargo, citar a Tony Judt y colocarlo del lado de la oposición al aborto es, además, una amalgama vulgar. Lo que Alvear y Saffirio no logran ver es que la izquierda no defiende las tres causales en tanto expresiones puras de un pensamiento de izquierda, sino que asume una postura intelectual liberal para fundamentarla. En la izquierda clásica no hay ni una sola línea ?por ejemplo en Marx y en el marxismo? que permita sostener en serio el aborto en alguna de sus condiciones de posibilidad, ni siquiera en el lenguaje de la emancipación debidamente fundamentado (de allí la relevancia de las teorías feministas). En la izquierda clásica, socialista y comunista, era relativamente usual no ver el cuerpo de la mujer en términos distintos al del receptáculo: en la prensa de izquierda durante la UP las mujeres carecían de voz y cuerpo propio (del mismo modo en que los homosexuales eran cruelmente estigmatizados, pero eso ya es otra historia). El liberalismo ha tenido poder suficiente para su propia universalización, al punto que suena hoy “progre” y de izquierda abogar por el aborto.
Pero lo decisivo sigue encontrándose en otra parte. Nadie será convencido en el Congreso, con base en argumentos, de que el feto es vida humana en estado embrionario pero no es una persona, o que la condición fetal no es tal y que en ella ya hay una persona. Ni siquiera por la opinión fofa del ministro Jorge Burgos, impropia en boca de un jefe de gabinete que traiciona tanto a sus pares como a la Presidenta, y que vulgariza lo que se encuentra en juego. Si la derecha no toma en serio este momento de consagración de una sociedad liberal, arriesga algo parecido a la extinción de los dinosaurios en el periodo Cretácico. Y tras ella el PDC, enredado en su búsqueda de identidad en torno a un centro que, de existir, es sólo espacial.