Publicado originalmente en La Nación
Mauro Basaure, investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, recomienda considerar las rutinas de humor político como una «fotografía del momento» a la par de las encuestas y repasa ese largo y tenso romance entre la clase política y la comedia.
El sociólogo Mauro Basaure, de la Escuela de Sociología UNAB, parte del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), cree que el efecto social de las rutinas humorísticas de Viña que han repasado a diversos personajes de la clase política, religiosa o económica, es un fenómeno que los think thanks deberían considerar con tanto interés como las encuestas CEP, Cadem o Adimark.
«Esa relación y reacción es como un termómetro que marca la temperatura de la sociedad, del pueblo y la clase dominante. El éxito de estas rutinas es otra manifestación comparable a las encuestas que también hablan de un momento que muestra algo: desconfianza en los políticos, la sensación de impunidad ante ciertos delitos o las relaciones con las empresas. Creo que los centros de estudios no están poniendo atención en esto, pero sin duda deberían considerarlo, tomando en cuenta variables como las temáticas, los ratings, la interacción en redes sociales y otros factores, ya que es una muestra interesante de la relación de las cosas«, explica mientras siguen sonando los ecos de los chistes de Rodrigo González y Edo Caroe sobre sobre la Presidenta, el Congreso y las colusiones en la Quinta.
Este argumento del chiste político no es algo nuevo, Basaure repasa el ágora griega donde eran ridiculizados gobernantes y otros sabios. Sin medios de comunicación ni redes sociales por entonces, las tallas se replicaban en las calles y en el espacio íntimo al igual que en Roma, donde se llegaba al punto de prohibir y censurar este tipo de expresiones.
«Desde entonces, el humor ha sido la herramienta más usada en la plaza pública para denostar, mofarse, reírse de lo que esté en la parte alta de la jerarquía. El humor es el instrumento de la clase baja para responder, por eso la política ha luchado contra el humor creando lugares donde no podías reír, alejando el humor de las asambleas y otros espacios porque se dieron cuenta de que el humor es un efectivo mensaje para propagar estas inquietudes que transformaban al político en un hazmerreír. En la Edad Media, quien estaba con problemas de humor era la Iglesia, que derechamente prohibió diversas manifestaciones de chistes sobre sus representantes, los parlamentarios, etc». Por otro lado, la caricatura política ha existido desde hace siglos también, y ha servido no sólo para ensalzar a la gente con poder, sino también para denostarla en las falencias de esta cúpula de hierro de la oligarquía.
Como la política y el humor han estado siempre unidos de manera muy estrecha, no debe causar extrañeza que la relación estalle como canal del descontento en un escenario como el de Viña del Mar. «En esa relación la política es la que siempre ha llevado las de perder, es totalmente impotente frente a la risa. La única salida de los objetos de crítica cómica es tratar de adaptarse a eso, de sumarse a la risa porque no hay nada peor que ponerse serio ante el humor y hacer una demanda o recurrir a alguna otra acción. Lo que hemos visto las últimas noches de rutinas humorísticas es la forma en que la política perdió toda posibilidad de establecer un equilibrio», dice Basaure.
El sociólogo advierte que el riesgo de exponer durante demasiado tiempo estos vicios públicos es que se puede relativizar la crítica. Aunque el humor político es una herramienta democrática que tiene su clímax en plena efervescencia de casos de corrupción, absolutismo y todas las distancias que genera el mundo político respecto de la vida social, puede perder su eficacia si se incorpora como parte de un juego.
«Hay que entender primero que la sanción hacia los políticos o empresarios víctimas de un chiste de Caroe es social únicamente. Ninguno de ellos va a perder su posición ni va a pasarle mucho menos. El chiste recurrente triunfa, se expande, pero pierde relevancia. Es un momento embarazoso pero al final pasa a ser anécdota y se gasta el aguijón del crítico en el carisma blindado de los gobernantes», cree el sociólogo que actualmente investiga este capital político en un proyecto Fondecyt junto a Alfredo Joignant y Manuel Gárate.
-Aparentemente hay un cambio en este libreto que hace dos décadas atrás se reía casi exclusivamente del débil, el desgraciado y ese pobre, que era tan pobre, pero tan pobre…
-Claro. Como anécdota te puedo decir que me ausenté de Chile durante una década desde el año 1999 y al regresar noté que el humor en los medios había cambiado radicalmente.No volví a ver esas rutinas contra los gangosos, los cojos, los gordos, los homosexuales. Si aparecía algo así ya no hacía reír como antes y las rutinas eran censuradas por la opinión pública y no por el poder. Yo creo que hubo un cambio del cómo moralmente reconocemos, respetamos y reconcebimos a esas minorías. Parece que la audiencia está más consciente de la discriminación de estos grupos que no son objeto de risa y creo que esto ocurrió a través de sus propios movimientos sociales que generaron un cambio fuerte respecto de la diferencia y la discriminación. Lo vi en Europa donde es imposible escuchar en privado -y menos en público- un chiste sobre judíos, homosexuales, negros o alguna minoría. Es algo casi penado por la ley.
«Creo que se ha producido una diferencia pero hacia arriba. El foco de este tipo de humor se traslada desde la víctima al victimario, por así decirlo. Hacia los poderosos y desde el que no tiene poder, el que es discriminado por el poderoso. Pero te reitero que no estamos descubriendo algo nuevo, sucede que este es un momento excepcional para darle como tarro a los poderosos».