Columna de Ignacio Cáceres, Director Ejecutivo COES
El conflicto resulta inherente al funcionamiento de la sociedad contemporánea. Lo vivenciamos cotidianamente tanto en nuestras interacciones como en la operación de los distintos sistemas funcionales (economía, educación, transporte, política, etc.). Por lo mismo, analizarlo desde una perspectiva tendiente a minimizarlo, reducir sus consecuencias o canalizarlo dentro de cauces determinados, no ayuda a comprender el asunto con la suficiente profundidad.
En sociedades premodernas, constituidas fuertemente sobre la base de la interacción de sus miembros, mantener el conflicto dentro de límites aceptables era una condición necesaria para la preservación del orden establecido y la cohesión de una comunidad. Pero en el tránsito a sociedades modernas, llegando en la actualidad a una alta diferenciación funcional que trasciende las esferas de interacción, se abren nuevas posibilidades de convivir en el conflicto, sin la necesidad -ni la posibilidad- de sofocarlo permanentemente.
El conflicto permite negar contenidos, generar contradicciones y frustrar expectativas sociales, lo que plantea un desafío de integración y confianza, pero también una oportunidad de evolución, generando variaciones que pueden o no seleccionarse recurrentemente y mantenerse en el tiempo. La negación permite la generación de nuevas opciones, moviendo el horizonte de expectativas de una sociedad. Así, fuimos testigos de la forma en cómo las movilizaciones estudiantiles iniciadas en 2011 derivaron en una ampliación de las posibilidades existentes en nuestra sociedad hasta ese entonces, abriendo debates, corriendo límites, entregándole posibilidades de influencia a nuevos actores, entre otras actualizaciones.
Visto así, no se trata de comprender las movilizaciones sociales para reducir sus impactos anómicos o para canalizarlas a través de instituciones formales; no se busca estudiar la problemática indígena para “solucionarla” a través de las políticas adecuadas; las demandas ligadas a la diversidad sexual no implican la generación de un consenso de la sociedad al respecto. Se ha de avanzar en una comprensión de estos y otros fenómenos, desde una perspectiva amplia, no necesariamente funcional a elementos ya establecidos y sin el objetivo inmediato de terminar con el o los elementos discordantes.
Esta perspectiva del conflicto requiere de una interpretación y comprensión profunda de los cambios sociales, y es allí donde un centro de estudios multidisciplinario e interinstitucional como el COES puede generar un aporte al desarrollo de una sociedad que se comprenda como cohesionada, pero también como dinámica, diversa y abierta al conflicto en todas sus dimensiones.